La adolescente con dolor menstrual


L. Rodríguez Molinero.
Pediatra Acreditado en Medicina de la Adolescencia por la AEP. Hospital Campo Grande. Valladolid.

 
 

La adolescente con dolor menstrual

 

Adolescere 2019; VII (1): 79.e1-79.e2

 

Muchas molestias que sufren los seres humanos se repiten a lo largo de las generaciones, como problemas sin resolver que permanentemente son causa de sufrimiento, y malestar. Producen desgana, ausencias escolares y en general alteración del ritmo de vida. Podemos incluir en este grupo las cefaleas, migrañas, lumbalgias o dolor menstrual. Este último es el motivo de esta pregunta de los padres.

En efecto, en cualquier momento clínico (revisiones o cualquier motivo de consulta) la paciente puede encontrar una ocasión para dirigirle al facultativo consultas como “por favor, doctor, por qué me duele tanto la regla” o “deme algo que me quite este dolor…”. Cuando ésto nos sucede, tenemos tendencia a minusvalorar el síntoma o prejuzgar. En ambos casos fallamos en el deber de empatizar con quien se queja. Es un error dar a entender que es una molestia banal y que no hay que darle importancia. Si la adolescente se queja, hay que hacer un esfuerzo por entender porqué se queja.

Como todos sabemos, el dolor menstrual, también llamado dismenorrea, puede formar parte de una situación más compleja, a la que se conoce como síndrome premenstrual.

¿A qué se llama dismenorrea?

El diccionario lo define como menstruación dolorosa. Se suele diferenciar entre la que aparece en las adolescentes a partir de la menarquia (dismenorrea primaria), y la que aparece en edades posteriores (dismenorrea secundaria). Las molestias son muy variadas, desde dolor en la parte inferior del abdomen, náuseas o vómitos, hasta mareos y pérdida del conocimiento, junto a alteraciones del estado de ánimo más o menos intensas. Como en todos los casos la intensidad varía desde molestias simples y soportables hasta otras situaciones que alteran la dinámica diaria y obligan a guardar reposo. Según las estadísticas, estas situaciones son variables, pero se acepta que puede afectar al cincuenta por ciento de las chicas entre 12 y 25 años.

Hablar de dismenorrea supone saber qué es la menstruación. Pero no es así, de manera que no es raro dar por sabido que todo el mundo sabe lo que es. En nuestros encuentros con adolescentes, constatamos que en la sociedad se dan dos velocidades: desde los chicos que tienen una información exquisita, a tono con la sociedad del conocimiento en la que vivimos, y los que aún carecen de muchas cosas, entre otras, la información. Podríamos contar anécdotas que sorprenderían.

El ciclo menstrual empieza el primer día de la regla. A esto le sigue una fase proliferativa que puede durar hasta 21 días, aunque normalmente oscila alrededor de 14 días. Luego aparece la ovulación por efecto de la hormona luteinizante y finalmente le sigue la fase secretora con un aumento considerable de estrógenos y progesterona. Esta fase es más regular, y tiene una duración de 14 días, al cabo de los cuales y de forma brusca descienden los niveles hormonales, tanto de estrógenos como de progesterona (cuando no hay embarazo, claro está) produciendo una inflamación en el endometrio, con aumento de prostaglandinas, que son vasoconstrictoras. Éstas inducen isquemia y necrosis del endometrio. El endometrio se desprende de la cavidad interna del útero, y da lugar al sangrado menstrual durante un tiempo que oscila entre dos días hasta un máximo de ocho. La cantidad de sangre desprendida oscila entre 20 y 80 mililitros, debe ser liquida y sin coágulos.

El dolor menstrual coincide con el desprendimiento del endometrio al final del ciclo, y en ese momento se segregan unas sustancias que desencadenan una inflamación que, a su vez, produce sustancias que estimulan la sensación dolorosa en el cerebro (las prostaglandinas).

¿A qué se debe este dolor?

A día de hoy no se conocen todas las causas desencadenantes. Se sabe que una causa es que el cuello del útero dificulta la salida del flujo menstrual. También que los ovarios, a través de las hormonas que generan, inducen mayor producción de endometrio. Las hormona hipofisaria, que gobierna los cambios en los ovarios, especialmente la hormona antidiurética, facilita la retención de agua.

Las propias contracciones uterinas relacionadas con la producción de prostaglandinas al desprenderse el endometrio también pueden ser dolorosas.

¿Cómo se diagnostica?

Con una buena historia clínica, una buena relación con la adolescente y una exploración general y ginecológica simple, el médico está en condiciones de poder diagnosticar una dismenorrea primaria. Solamente cuando aparezcan irregularidades menstruales, como sangrados excesivos o síntomas muy invalidantes, podría ser motivo de consulta con el especialista.

¿Cómo se puede aliviar el dolor?

Uno de los papeles del médico, sea cual sea su dedicación, es atender el dolor. Y disponemos de un gran arsenal para aliviarlo. Existe una tendencia en algunas escuelas a minusvalorar, incluso a despreciar esas molestias, por considerarlas exageradas o reivindicativas, o manifestación histérica. Ésa no es nuestra actitud con las adolescentes. Debemos explorar el dolor, la intensidad, cómo afecta a su vida diaria, qué recursos tiene para soportarlo y siempre poner a disposición los muchos medicamentos existentes.

Recomendaciones

A la adolescente no le hace ninguna gracia la menstruación, y si ésta es dolorosa, menos. La primera recomendación es explicar a la adolescente que es una situación temporal que irá modificándose con su desarrollo evolutivo, y que las molestias que conlleva tienen mucho que ver con su genética y su constitución hormonal.

Otra recomendación es realizar un calendario que le ayude a conocer en qué momento del ciclo aparece, el tiempo que dura y la sintomatología que acompaña. Ésto nos servirá para poder prevenir el dolor cuando se trata de ciclos regulares.

El ejercicio físico siempre ayuda en estas situaciones, como en otras, aportando vitalidad, energía, optimismo y equilibrio emocional, y aumentando la autoestima. Está demostrado que el ejercicio físico libera endorfinas cerebrales que contribuyen a rebajar la intensidad del dolor.

Dado que la dismenorrea se debe a un fenómeno inflamatorio endometrial por la producción de prostaglandinas, los medicamentos llamados AINES (Antiinflamatorios no esteroideos), como el ibuprofeno o el naproxeno pueden usarse a dosis convencionales. Estos medicamentos no están sujetos a prescripción médica y pueden dispensarse en farmacias libremente.

Por último, se recomienda también anotar en la historia clínica estas circunstancias, y preguntar en las sucesivas visitas por la situación. Así se contribuye a empatizar y a aumentar la adherencia al tratamiento…y al médico que le atiende.

 

Bibliografía

1.- Asociación española de Ginecología y Obstetricia. Dismenorrea. https://www.aego.es/otra-informacion/dismenorrea

2.- Manual MSD. Joann V. Pinkerton, MD, Professor of Obstetrics and Gynecology and Division Director, Midlife Health Center, University of Virginia Health System; Executive Director, The North American Menopause Society https://www.msdmanuals.com 

 

 

 

“Últimamente mi hijo huele fatal”

 

 

L. Rodríguez Molinero.
Pediatra Acreditado en Medicina de la Adolescencia por la AEP. Hospital Campo Grande. Valladolid.

 

“Últimamente mi hijo huele fatal”

Los olores corporales son uno de los signos del comportamiento social humano que más atrae o que más rechazo produce. Oler es una respuesta de nuestro olfato a estímulos ambientales gaseosos, los olores.

El olfato es el menos desarrollado de los sentidos y está relacionado con la parte más primitiva del cerebro (paleoencéfalo), y por tanto muy relacionado con las respuestas primarias. De la nariz, unas células nerviosas llegan a la corteza temporal que reconoce los olores. Estos estímulos forman parte de la memoria y de las emociones, por lo que los olores se relacionan subjetivamente con nuestras experiencias vitales. Se conocen muchos genes capaces de estimular la presencia de receptores sensoriales a sustancias volátiles, muchas de ellas agradables y atractivas.

El cuerpo humano en sí mismo no huele; son las secreciones que produce a partir de diversas glándulas, ecrinas, apocrinas y sebáceas, las que producen olor.

Las glándulas ecrinas producen el sudor. Están distribuidas por todo el cuerpo, con predominio en las manos, los pies, la frente y espalda. El sudor contiene mayoritariamente agua, sodio y cantidades variables de amoniaco y urea.

Las apocrinas forman parte del folículo piloso y producen sebo (triglicéridos, ácidos grasos libres, cera etc.). Son responsables del llamado manto ácido de la piel. Están distribuidas en la axila y el pubis.

Las glándulas sebáceas también forman parte del folículo piloso y producen sebo. El sebo junto al sudor forman el manto ácido de la piel, que nos defiende de infecciones y facilita la termorregulación corporal. Tanto las sebáceas como las apocrinas están influidas por las secreciones hormonales de la pubertad y son las responsables del olor característico a esta edad. El sudor en si mismo no huele. Son las secreciones grasas las que en contacto con las bacterias de la piel, se degradan en sustancias volátiles capaces de impregnar las células olfatorias de forma desagradable.

La sudoración es un mecanismo que regula la temperatura corporal a través de la pérdida de calor por evaporación. No solamente producen sudoración el ejercicio físico o la temperatura ambiental excesiva, sino también la tensión emocional, el estrés y la ansiedad.

Es a partir del inicio de la pubertad (por influencias hormonales) cuando se desencadena la actividad de las glándulas apocrinas y sebáceas. Por lo tanto, aumenta la producción de sustancias que en presencia de las bacterias de la piel dará lugar al aumento de olores corporales, que con frecuencia son motivo de quejas familiares y sociales. No hay que olvidar que algunos alimentos pueden influir en el olor del sudor. Esto es lo que a los padres les llama la atención y es el motivo por el que consultan, casi siempre aprovechando las revisiones o las consultas por otras contingencias. En la práctica no todos los adolescentes tienen este problema, porque ni la cantidad de sudor ni la calidad son iguales en todos ellos.

En ocasiones, los padres se sorprenden de que sus hijos no se den cuenta de sus olores. El cuerpo ha desarrollado la denominada “fatiga olfatoria”: cuando se está permanentemente en contacto con el mismo estímulo olfativo, se deja de percibir olor.

¿Qué hacer en esta situación?

Es en la familia donde se aprenden hábitos, rutinas, costumbres y valores, y por tanto, de forma natural es en este ambiente donde se deben corregir estos problemas y prevenir las consecuencias sociales que puedan tener. Consecuencias, por otra parte, importantes para lo que podemos llamar “éxito social”. La buena comunicación y la tolerancia familiar son las claves para hablar con respeto y suavidad de estos temas. Es importante no herir la sensibilidad de los jóvenes, que es muy elevada.

Si se comprende cómo se produce el mal olor, se puede saber cómo se puede corregir, pero lo primero que hay que saber es que sudar es un proceso natural y necesario, por lo que evitar a ultranza la sudoración no es conveniente. Todos los adolescentes quieren tener una presencia grata, y estar libres de olores que pueden dificultar las relaciones sociales que tantas gratificaciones les producen. Algunos consejos simples:

  • Mantener una buena higiene de la piel mediante lavados y duchas tan frecuentes como se precise, sobre todo cuando se suda en exceso. Facilitar la limpieza en zonas corporales donde se pueden localizar descamaciones, como pliegues y zonas interdigitales. Usar talco en esas áreas.
  • Lavar la ropa con regularidad y en profundidad, eliminando las bacterias. Cambiar regularmente la ropa interior.
  • Llevar una dieta donde predominen los vegetales y restringir las bebidas de cola, café y otras que estimulan la producción del sebo de las glándulas apocrinas. Evitar el sobrepeso.
  • Prescindir de calzados cerrados que dificulten la transpiración.
  • Usar desodorantes comerciales, que neutralizan los olores, y antitranspirantes, que restringen la producción de sudor. No está demostrado que el uso regular tenga que ver con ciertos tipos de tumores. No dejarse seducir por la publicidad, que en muchos casos puede ser engañosa o al menos confusa y ambigua. No todo el mundo tiene que usar estos productos.
  • En algunos casos de abundancia de vello axilar, estaría indicada una depilación.

Si a pesar de estas medidas, el mal olor corporal persiste, no hay que olvidar que en ocasiones, raras, la hiperproducción sudoral (hiperhidrosis) puede tener relación con enfermedades que exigen una consulta y estudio más detallado. Existen otros tratamientos más sofisticados para situaciones graves, pero que son poco frecuentes.

Bibliografía

1.- Bromhidrosis – Wikipedia, la enciclopedia libre

https://es.wikipedia.org/wiki/Bromhidrosis

2.- El mal olor tiene nombre y solución: Bromhidrosis – Agencia EFE Salud

https://www.efesalud.com › Enfermedades

 

 

Mi hijo tiene mal aliento

 

 

L. Rodríguez Molinero.
Pediatra Acreditado en Medicina de la Adolescencia por la AEP. Hospital Campo Grande. Valladolid.

 

“Mi hijo tiene mal aliento”

El mundo de los olores corporales está lleno de significado y simbolismo, ya sea de aceptación o de rechazo. Atribuir a los olores corporales más importancia de la que tienen esconde asuntos y conflictos que van más allá de lo que en este artículo proponemos.

No es raro que aparezca por la consulta alguno de los padres sugiriendo que su hijo o hija tiene mal aliento. Casi siempre vienen sin el adolescente, al ser horas escolares y pensar que no es motivo para faltar a clase. Otras veces aprovechan motivos médicos convencionales, como las revisiones, y lo exponen.

La halitosis es un síntoma rodeado de tabú y estigma social, por lo que muchas veces se silencia, se niega o no se reconoce. Se dan casos de consultar la halitosis del hijo cuando es el propio padre quien desea solucionar su problema atribuyéndoselo al hijo. Sin duda es un problema que agobia, preocupa y altera significativamente la vida social del adolescente, llegando a afectar a su autoestima, máxime cuando a la consulta se añade “es que huele igual que su padre”.

La halitosis es un proceso extraordinariamente común del que casi nadie se libra. Afecta a todas las edades y sexos y puede ser circunstancial o permanente. Incluso variar a lo largo del día. Hay documentos de la cultura egipcia, en el Talmud y en el Corpus Hipocraticum que describen remedios para combatir la halitosis.

Más del 90% de las causas son de origen bucal o peribucal. Hay otras causas propias de la patología orgánica del adulto, como la Insuficiencia renal crónica, la cirrosis, algunas enfermedades digestivas o pulmonares. Hay dos grandes orígenes del mal aliento: la cavidad oral y las causas extraorales. A su vez, unas son normales y otras patológicas. En la edad adolescente, más del 90 % de los casos responde a causas orales. Se reconocen como normales: el mal aliento de los fumadores, que se mantiene incluso después de dejar de fumar; la presencia de prótesis dentales (brackets de ortodoncia…), que retienen restos alimenticios que pueden fermentar; algunas dietas que proponen ayunos prolongados; algunos alimentos (ajo, cebolla…), que desprenden en sí mismos sustancias de olor desagradable; el mal aliento matutino, producido por la ausencia de lavado salivar, que disminuye por la noche; la ingestión de fármacos que reducen la formación de saliva (xerostomía).

Entre las causas patológicas de origen oral, se describen principalmente la caries y odontolisis, la enfermedad periodontal, la deficiente higiene dental y la presencia de úlceras o infecciones bucales.

Entre las causas patológicas fuera de la cavidad bucal: algunas enfermedades respiratorias, digestivas, hepáticas o renales.

El desencadenante del mal aliento es la presencia de compuestos azufrados volátiles (CAV) y otros productos como el metilmercaptano, ambos producidos por fermentación de bacterias anaerobias de la boca, sobre todo en la parte posterior de la lengua y en las bolsas de la enfermedad periodontal. Proceden de restos epiteliales o alimenticios.

El diagnóstico de la halitosis es sencillo. Basta con recurrir a personas de confianza y preguntarlo en caso de duda. Muchas veces se sospecha, de una forma subjetiva, y no es real. Hay técnicas capaces de medir los CAV (pero no los metilmercaptano). Por cromatografía de gases se puede reflejar gráficamente la presencia de la mayoría de los gases productores del mal aliento, pero en la práctica diaria no se recurre a estas técnicas.

El tratamiento consiste en repasar las causas orales, que son, con mucho, las más frecuentes, y promover una higiene dental, nutricional y digestiva. Las orientaciones más básicas son:

  • Mantener una hidratación que permita una salivación adecuada.
  • No abusar de alcohol, café o tabaco.
  • Evitar o no abusar de alimentos como ajo o cebolla.

El uso de gomas de mascar, sobre todo si contienen Xilitol, facilita la salivación y previene la enfermedad periodontal.

  • Cepillado diario con dentífrico fluorado.
  • Cepillado del dorso de la lengua.
  • Uso de seda dental y lavado interdental con cepillo adecuado.
  • Lavados nasales que arrastren restos de mucosidad responsables de la halitosis matutina.
  • Uso de colutorios semanales con clorhexidina.

Visita periódica al dentista, que supervise el estado dental y periodontal.

Dada la importancia social y relacional de la halitosis, no es raro encontrar situaciones clínicas de halitofobia, extraordinariamente incómodas, que en ocasiones precisan de la asistencia especializada de psicólogo.

Bibliografía

Odontopediatría: goo.gl/Xx5dJ8

 

 

Doctor, he encontrado que mi hijo entra en páginas pornográficas en internet


L. Rodríguez Molinero.
Pediatra Acreditado en Medicina de la Adolescencia por la AEP. Hospital Campo Grande. Valladolid.

 
 

Doctor, he encontrado que mi hijo entra en páginas pornográficas en internet

En los últimos años hemos asistido a un aumento de quejas sobre el uso y acceso a páginas de pornografía por parte de adolescentes. Estas situaciones sorprenden a los padres y les inquietan, por las consecuencias que pueden tener en el desarrollo y educación de los muchachos.

Antes de dar un consejo, hay que analizar los elementos con los que estamos jugando: las nuevas tecnologías (internet, teléfonos inteligentes, tablets…), la sociedad, la educación recibida, el adolescente y la propia pornografía.

La pornografía es la expresión explicita de imágenes sexuales de todo tipo, sin ningún filtro moral y con el deseo de divertir, excitar y producir placer. La mayoría de las veces, de forma comercial.

Las nuevas tecnologías de la información y comunicación (TICs) ofrecen la posibilidad de acceder de forma libre a muchas fuentes de información sobre relaciones sexuales de todo tipo. Los medios de comunicación se basan en las TICs para difundir sus mensajes publicitarios, usando los contenidos sexualizados como reclamo potente.

La sociedad en la que nos hemos criado potencia el consumo y mercado de todo lo relacionado con la sexualidad como reclamo emocional atractivo, sin importar los efectos que produce en los niños o adolescentes.

La educación recibida no es igual en todas las familias, ni en todos los hijos. Los padres nunca fueron educados, y no se atreven ni saben cómo educar a sus hijos, dejándolo en manos de los colegios o escuelas, que a su vez tampoco se sienten autorizados, por considerar que es algo personal y que pertenece al ámbito de la familia. Al final los adolescentes aprenden de los amigos y de otras personas no legitimadas para transmitir los valores de la educación sexual. Así las cosas, hablamos de la familia y la escuela como erotofóbicos.

Finalmente, el adolescente. En la transición del niño, sin apenas deseos sexuales, aunque sí mucha curiosidad, al adolescente postpuberal, sometido a las presiones internas, hormonales, que acrecientan el deseo y la atracción sexuales, y las externas, de la sociedad, que le ofrece el mercado de todo lo relacionado con la sexualidad, lo que se produce es una hiperestimulación. Por estas razones, se dice que la sociedad y los medios de comunicación son erotofílicos.

Tenemos al adolescente entre dos trenes: unos erotofóbicos y otros erotofílicos. Si aceptamos que la familia educa cada vez menos y la sociedad lo hace cada vez más, podemos comprender un poco mejor la realidad de la pornografía. No es fácil ser adolescente en esta época. Con este breve análisis estamos en situación de entender lo que sucede, y poder orientar a esos padres preocupados por los miedos que pasan por sus cabezas.

¿Qué podemos hacer?

Lo primero es no alarmarse y normalizar las cosas. En muchas ocasiones se trata de acontecimientos puntuales que no suponen un uso cotidiano y compulsivo, que podría ir añadido a otros cambios en el estilo de vida y valores del adolescente.

Entramos en el capítulo de educar. No es fácil empezar, cuando no se ha hecho antes. Pero como estamos rodeados de escenas pornográficas, tanto en las noticias, la TV o en los periódicos, se puede pedir opinión a los hijos sobre lo que les parece, o simplemente decir lo que pensamos y nos sugiere. La mejor educación siempre es el ejemplo de vida. Es crucial reconocer que la evolución de la sociedad ha hecho que la sexualidad se trivialice y se venda como un objeto de consumo más. Y en este aspecto, es la mujer la que más tiene que perder.

Los padres que no se sientan cómodos por vergüenza o inseguridad, deben reconocer que ellos nunca recibieron ninguna educación y que ha sido su propio desarrollo, sentido común o la moral convencional que han vivido, lo que les ha educado; pero en estos momentos es necesario abiertamente tratar estos temas dentro del ámbito familiar.

Consecuencias del abuso de la pornografía y que tienen que saber los padres

— La pornografía exhibe imágenes sexuales con la sola intención de excitar y vender un producto relacionado con las emociones más primarias de las personas de forma poco real y respetuosa.

— Se ha demostrado que hay una relación entre uso continuado de pornografía y conductas antisociales como la violencia de género, acoso sexual y violaciones.

— La exposición precoz a contenidos sexuales tiene un impacto negativo en el desarrollo de los adolescentes, que no tienen elementos cognitivos suficientes para entender lo que ven.

— La dinámica social cada vez más sexualizada, según las organizaciones que protegen a la infancia, como pueden ser Unicef o Save The Children, tiene efectos perjudiciales para la infancia y adolescencia.

— Los adolescentes consumidores de pornografía tienen más riesgos de tener relaciones sexuales de riesgo: embarazos no deseados e infecciones.

Hay estudios publicados en la revista Pediatrics que sugieren que los adolescentes que consumen pornografía están más expuestos a la depresión y el suicidio, y tienen más riesgo de practicar hábitos nocivos, como consumo de marihuana, alcohol y drogas.

— La pornografía a la larga disminuye la felicidad y la estimulación sexual.

— Se ha demostrado que el abuso de imágenes pornográficas desarrolla las áreas cerebrales relacionadas con las emociones más primarias, en detrimento de las áreas superiores como el lóbulo prefrontal.

 
 

 
 

2.- Comentarios de una educadora en diabetes

 

 

G. Porres Molina.
Enfermera Educadora en Diabetes. Hospital Infantil Universitario Niño Jesús

 

Comentarios de una educadora en diabetes

La carta de esta madre explica perfectamente las fases de convivencia con la diabetes por las que tanto el niño como la familia van a pasar, y la importancia del apoyo de enfermería y del resto del equipo, así como del colegio y sus amigos. Es un gran testimonio, muy bien escrito y de enorme calidad humana. Ahora bien, aunque no todos los niños actúan igual y depende mucho de la edad, madurez, etc., en general éstos se adaptan viviendo el día a día mientras que los padres miran siempre al futuro, lo que conlleva una gran carga de estrés. Por eso es importante pasar de intentar un control absoluto de la situación a tratar la diabetes como “una amiga que se instala en casa”, con sus imperfecciones, que se acepta como es aunque sepamos que va a producir cambios e inestabilidades y que a veces no podremos hacer gran cosa.

La diabetes debe ir siempre en segundo plano, detrás de la vida del niño y no el niño detrás de la diabetes. No es ‘diabético’, es persona y tiene diabetes. Por eso al paciente se le debe ir implicando poco a poco, según su grado de madurez, para que sea más autónomo, tome sus propias decisiones, potencie su autoestima, y cuando tenga que abandonar el entorno familiar que le protegía de niño sepa autocontrolarse. Una persona con diabetes puede tener una vida totalmente normal en todos los aspectos, siempre que tenga un buen control de su diabetes. La sociedad es también importante en su desarrollo, y la falta de información hace que no valoremos lo suficiente la importancia de la ayuda a los padres, la presencia de enfermeros preparados en los colegios, materiales en los Centros de Salud, etc.

Las enfermeras educadoras seguramente estemos de acuerdo en que la palabra “debut” no es la más acertada para indicar el comienzo de la enfermedad, tal y como nos comenta la autora del artículo; yo también tuve la misma sensación cuando la oí por primera vez. En el diccionario de la RAE se define de una manera bastante positiva e incluso parece solemne (“primera actuación de alguien en una actividad”), algo que no parece expresar lo problemático y negativo que supone la primera manifestación de una enfermedad que acompañará al paciente toda su vida. Deberíamos buscar una palabra más justa para describir lo que todo eso supone. También es importante que nos demos cuenta de que con ese comienzo también irrumpe en la familia un nuevo léxico que no va a dejar de acompañarles. Desde luego en ese nuevo vocabulario hay que desterrar la palabra ‘culpabilidad’, porque nadie es el causante de lo que ocurre y no hay ninguna responsabilidad que asumir, solo hay que asumir la nueva situación.

Cuando el niño se convierte en adolescente todo lo anterior cobra más relevancia si cabe. En esta etapa cambia, incluso, la relación del adolescente con la diabetes y los padres miran entonces al pasado buscando pistas, tranquilidades. Los padres tienen que prepararse para pasarle al hijo la pesada mochila que supone la diabetes. Ya saben que tendrán que hacer frente a la rebeldía, a etapas en que las relaciones, los nuevos amigos y la vida en el Instituto son más importantes que la propia diabetes. En esos momentos lo que toca es servir de apoyo, mantener el diálogo y ofrecerle información. Durante la adolescencia el control de la diabetes se hace un poco más difícil para todos. El adolescente se muestra rebelde y malhumorado ya que se siente diferente a sus amigos. No quiere oír hablar de la enfermedad y parece pasar de los riesgos de las complicaciones a largo plazo. Abandona dieta, controles, consejos. El niño que llevaba ‘bien’ su diabetes ha dado paso a otro que, a menudo, olvida lo ya sabido y al que debes estar continuamente recordando lo que debe hacer.

La terapia de la diabetes pone en peligro su autoestima e imagen social. Ambas están en construcción y son muy frágiles durante esta etapa de la vida. La relación con otros jóvenes que también tienen diabetes puede ser un punto de referencia en este momento. Los adolescentes pueden tener dificultad para lograr un buen nivel de glucosa debido a varios factores: los cambios hormonales, un aumento en el consumo de alimentos, rebeldía para inyectarse correctamente la insulina, rehusar el cumplimiento adecuado de los horarios u otras rutinas para controlar la diabetes, la presencia de obesidad muchas veces debido a un estilo de vida sedentario, ciertos trastornos de la alimentación (bulimia y anorexia), la falta de información y educación en diabetes, los problemas familiares o escolares, el consumo de alcohol o drogas, etc.

En suma, la diabetes infanto-juvenil supone todo un reto para los padres, implica cambios importantes en sus quehaceres, nuevas pautas en la relación con sus hijos y, en ciertos casos, un nuevo sentido de responsabilidad compartida que se manifiesta en la participación en asociaciones de pacientes con el fin de mejorar las expectativas de los niños con esta patología. Y siempre, con todas las limitaciones que se puedan imaginar, los padres intentarán hacer las cosas lo mejor que saben y pueden. Pero lo que no puede faltarles nunca es el apoyo permanente del equipo multiprofesional en diabetes. Es la única manera de que, de modo compartido, podamos aliviar su carga y mejorar la esperanza y calidad de vida de sus hijos.

Madrid, 7 de febrero 2017

 

 

1.- Carta de una madre con un hijo diabético

 

 

M. García Pino.

 

Carta de una madre con un hijo diabético

Han pasado más de dos años desde que a mi hijo le diagnosticaran diabetes tipo 1 y tras esa ardua travesía que supone el asumir y afrontar la enfermedad, cargados siempre con una mochila repleta de miedos y de incertidumbres, todavía sigo teniendo la sensación de que acabamos de aterrizar en una realidad paralela, en un mundo lleno de incógnitas que sólo se van despejando con la fuerza de voluntad y una ayuda profesional siempre necesaria. Hay una expresión que no deja de rechinarme y es la que califica a los recién diagnosticados como debutantes. “¿Cuándo debutó tu niño?”, solemos escuchar a menudo. No me parece que sea ese el término más apropiado para hablar de ese momento atroz en el que uno cae en la cuenta de que nada va a ser igual y que la vida de tu hijo, y también la del resto de la familia, va a estar condicionada por una enfermedad incurable.

Miro atrás e identifico tres fases emocionales en este camino. La primera se inicia con el shock que supone el momento en el que un aparato hasta ahora desconocido para ti, el glucómetro, y que luego se convertirá en compañero inseparable, confirma con un simple número que tu pequeño, sano como una lechuga y que únicamente llevaba unos días yendo al baño y bebiendo agua más a menudo, sale del hospital con la etiqueta de enfermo crónico. Cuando te confirman que tiene diabetes lo primero que piensas, ilusa de mí, es que el pobre va a tener que eliminar de su alimentación los alimentos cargados de azúcar y que tendrá que pincharse insulina. Ambos aspectos en aquel momento me resultaron trágicos para un niño, sobre todo lo que significaba someterse a las privaciones de una dieta y al dolor de las agujas y lancetas. La sola visión de verle pincharse, panorama que no deja de impresionarme a día de hoy, es traumática y al contemplar el protocolo que supone la labor de tenerse que inyectar insulina cada vez que come, esos minutos y luego ya segundos que exige la preparación de la pluma, eran siempre el momento de preguntarse ¿Por qué mi hijo tiene que pasar por esto? ¿Qué demonios habíamos hecho mal? ¿Qué dichoso gen o maldición nos había condenado?

Esta primera fase de negación, repleta de malhumores y de lloros, se va mitigando por la labor de unos profesionales sanitarios, en este caso pertenecientes a la seguridad social madrileña, que literalmente te llevan en volandas para sacarte de ese mar de dudas, a golpe de profesionalidad y cariño. Pero, lo que fue determinante en nuestro caso, fue la reacción de nuestro hijo, que por entonces contaba con 11 años, asumiendo con una actitud valiente y estoica lo que le cayó encima. Desde el primer día aceptó su nueva vida, dócil y resignado y jamás consintió que nadie midiera su glucosa con los temidos pinchazos en los dedos, ni que le inyectaran la insulina. Lleva las riendas de su enfermedad desde el minuto cero.

Tras el shock inicial entramos en la que me permito denominar fase de información, en la que con la ayuda de nuestra endocrina y los educadores, vas aprendiendo poco a poco los requerimientos de la enfermedad. Es entonces cuando uno cae en la cuenta de la verdadera dimensión de su tratamiento y de la perfección del cuerpo humano, el sano (quiero decir), capaz de articular milimétricamente un mecanismo complejo, pero perfectamente ensamblado, en el que todo encaja. Y claro, pretender simular la labor de un páncreas interconectado con el resto de tu organismo es harto difícil. Y así aprendes que en los valores de glucosa influye todo, desde lo que comes hasta lo que sientes y que no solo debes contabilizar los hidratos que vas a ingerir, la proporción de grasa, los horarios de ingesta, el tiempo de sueño, etc., sino también tener muy en cuenta la actividad que realizas, los vaivenes emocionales o la temperatura, entre otros muchos pormenores. He llegado a pensar que a mi hijo le afecta hasta la calidad del aire que respira.

En ese momento aprendes que una cifra siempre cambiante es la que va a marcar tú día a día, o mucho peor, la hora siguiente. El dichoso número que marca el glucómetro. Y la pregunta que pasará a ocupar el lugar privilegiado en nuestra comunicación será: ¿Cuánto tienes? La segunda pregunta será: ¿Estás bajito? Esta última es la antesala de una hipoglucemia.

Y es precisamente en esta fase donde una vez asimilado el primer aluvión de información y de datos, que de manera concienzuda te va proporcionando el equipo de diabetólogas del hospital, sumadas a las largas sesiones de búsqueda en internet, mar en el que encontrar respuesta a toda la casuística con la que te vas topando diariamente, te das cuenta de que por mucho esfuerzo que emplees, por muy disciplinado que seas, la estabilidad es una entelequia.

Una de las cosas buenas que nos ha traído esta enfermedad es el experimentar en carne propia la fuerza de la solidaridad. Este sentimiento cobra una dimensión enorme entre la comunidad diabética, no sólo la generada entre los enfermos, sino por la legión de los denominados tipo 3, ese colectivo de familiares y amigos que aunque no padecemos la enfermedad, la sufrimos también. Todos, conocedores de los padecimientos que exige, de las noches sin dormir, de la situación de preocupación y estrés permanente, hace que empaticemos y nos tendamos la mano unos a otros. Y reconforta, sobre todo en los primeros momentos, el agarrarte firmemente a esa ayuda, muchas veces proveniente de gente desconocida, que está dispuesta a aconsejarte y animarte.

Porque es muy difícil que alguien que no conozca los entresijos de este tipo de diabetes, entienda tu día a día. Hay un profundo desconocimiento, yo lo tenía también antes, y en parte lo achaco a al error de denominar de la misma manera a la diabetes tipo 1 y a la 2. Tanto el origen como el tratamiento son distintos y provocan confusiones, no sólo entre el ciudadano de a pie, sino también en los artículos y reportajes de los medios de comunicación, algo que me indigna bastante.

Confieso que he tirado la toalla en este sentido y cada vez me cuesta más hacer una labor didáctica con los que me rodean. A menudo me preguntan: “Tu hijo ya está bien, ¿no? Le he visto y tiene un aspecto fantástico”. Y claro, ¿cómo explicar que la situación de mi hijo siempre es cambiante, que por la mañana puede tener unas cifras de glucosa excelentes, para luego, de repente, caer en hipoglucemia porque ha pegado 4 carreras de más en el patio del colegio y finalizar el día con una hiperglucemia galopante porque la dichosa hormona de crecimiento anda haciendo de las suyas. Y ésta, que es una situación normal en nuestro día a día, resulta imposible transmitirla en una conversación de 2 minutos cuando te cruzas con alguien. Así es que mi respuesta suele ser: “Si, va mucho mejor, gracias”.

La fase 3, que es en la que me encuentro ahora, me sitúa en una situación de mayor serenidad. El duelo ha finalizado, para dar paso a una resignación combativa. Conozco mejor a mi enemigo, pero no lo subestimo, la glucosa es traicionera y en ocasiones te hace creer que la tienes dominada, pero es una falsa idea. Hay que seguir conociendo los mecanismos que interactúan en el organismo y la influencia que ejercen factores externos y también ser consciente que es imposible la estabilidad permanente. En nuestro caso, hemos acogido con enorme esperanza los últimos avances tecnológicos. Mi hijo ahora lleva consigo una bomba de insulina de última generación, vinculada a un sensor de glucosa continuo. Para nosotros ha supuesto un cambio importante y ha mejorado considerablemente nuestra calidad de vida.

Ahora, con trece años, mi hijo empieza una etapa, la adolescencia, que será complicada en muchos aspectos. A los vaivenes de su curva glucémica, se unirán los picos emocionales propios de la edad. En estos momentos su padre y yo nos estamos preparando para ir asumiendo estos cambios y quizá, el más duro y a la vez liberador, será cuando la pesada mochila de la diabetes pase a ser cargada sólo por nuestro hijo. Porque, queramos o no, en pocos años el tendrá que asumir en exclusiva su tratamiento y tomar decisiones por sí mismo. La vigilancia y dedicación extrema que ahora mantenemos, por su salud, pero también por nuestra tranquilidad, cederá y será la responsabilidad del muchacho la que soporte el tratamiento. Este proceso no es fácil, sólo confío en que hayamos logrado equiparle bien la cabeza para convertirle en un paciente empoderado, capaz de disfrutar de la vida, pero a la vez, de mantener unos hábitos que le permitan minimizar posibles dolencias futuras asociadas a un mal control. En ello estamos.

Madrid, 22 de octubre 2016

 

 

Cuando los hijos dicen que no quieren vivir


L. Rodríguez Molinero.
Pediatra Acreditado en Medicina de la Adolescencia por la AEP. Hospital Campo Grande. Valladolid.

 
 

“Cuando los hijos dicen que no quieren vivir”

No es raro que nos consulten los padres por haber oído a sus hijos expresar frases como “¿Porqué he nacido?”, “Nadie me ha pedido permiso para vivir”, y otras referencias al sinsentido de la vida, a la idea de que no merece la pena vivir, como “Yo no quería haber nacido”, “Me hacéis la vida imposible”, incluso referencias claras a dejar de vivir. Naturalmente, oírlo es motivo de preocupación. No es para menos.

No cabe duda de que muchas veces son expresiones que reflejan cierta impotencia ante situaciones concretas, pero en general no tienen nada que ver con un sentimiento de fracaso vital irreversible. Sí tiene que ver, y esto es importante, con una llamada de atención, una petición de ayuda.

Si analizamos la situación, nos encontramos que esto suele suceder ante conflictos dentro de la familia (desencuentros entre padres e hijos, separaciones familiares…), fuera de la familia (peleas con amigos, frustraciones de los primeros amores, resultados escolares no deseados…), o sociales (cambios de domicilio, migraciones…).

Es lógico que los padres se preocupen cuando oyen expresiones de este tipo, que afectan a sus sentimientos como padres y cuestionan su papel como educadores y trasmisores de valores. Al fin y al cabo la vida es el principal valor que tenemos. Es natural que se pregunten con angustia, “¿Qué hemos hecho mal para que nuestros hijos tengan estos sentimientos?”.

Afortunadamente, el suicidio en la adolescencia es menos frecuente que en los adultos. Aún así, es la tercera causa de muerte después de los accidentes y homicidios.

La familia es el agente protector de la vida más potente. Ella transmite seguridad y afecto ya desde el nacimiento. Y a lo largo de la vida enseña mecanismos de defensa ante sentimientos de frustración o adversidad. Sin duda sentirse querido o ser capaz de querer es la experiencia más potente del ser humano para desear mantener la vida. No es extraño que cuando esto no se ha aprendido o experimentado, puedan aparecer en los adolescentes sentimientos negativos que se expresen de forma que puedan inquietar tanto a los padres. La percepción en la infancia del valor de la vida personal y social permanecerá para siempre.

Hemos oído hablar muchas veces de resiliencia. La resiliencia es un mecanismo natural de defensa contra la adversidad, de forma que, suceda lo que suceda, la persona se siente protegida, esperanzada y optimista, de tal manera que confía en que el problema, puntual por muy preocupante que sea, pasará y se resolverá más pronto o más tarde. En principio, todos somos resilientes, pero en la práctica hay quienes se sienten derrotados y no ven el final de lo que en un momento les agobia.

Siempre debemos tomarnos en serio estas expresiones, aunque en la mayoría de los casos reflejan situaciones pasajeras, sin peligro, pero que tenemos la obligación de atender e interpretar, y la oportunidad para crear en los hijos la seguridad, y el sentimiento de que no están solos ni abandonados. Ciertamente hay que estar atentos, pues en ocasiones estas frases pueden ser la manifestación de un hartazgo vital de causa familiar o social, o incluso patología mental.

¿Cuáles serían las situaciones potencialmente peligrosas?

Las familias con una dinámica en que los miembros se sienten mal, no se entienden, ni se quieren y apenas se soportan; cuando los padres están en vías de separación, con nula relación entre ellos ni con los hijos; si existen problemas escolares graves, que parecen una dificultad insalvable ante la que no existen tampoco apoyos familiares o académicos sino incomprensión por todas partes; si existen fracasos amorosos como expresión de una homosexualidad latente u otras frustraciones relacionadas; cuando la vida social en el barrio o la ciudad supone la vivencia de segregación, xenofobia o racismo hasta el punto de hacer imposible la convivencia, cuando no situaciones de acoso físico o psicológico; si existe una dificultad clara para expresar sentimientos o emociones…

Los médicos en la práctica clínica, en ocasiones hacemos unas preguntas que se recogen en forma de cuestionario y que nos pueden ayudar a conocer cuál es la dinámica familiar. Estas preguntas son: “¿Estás satisfecho con la ayuda que recibes de tu familia cuando tienes problemas?”, “¿Habláis en casa cuando alguien tiene alguna dificultad?”, “¿Se toman las decisiones importantes entre todos?”, “¿Estás satisfecho con el tiempo que pasa tu familia contigo?” y “¿Sientes que tu familia te quiere?”.

¿Qué se puede hacer?

Lo primero es tomar conciencia de la situación y analizar qué está pasando. La vida familiar es muchas veces rutinaria y apenas nos damos cuenta de lo que pasa en nuestro entorno más próximo. Estamos suficientemente ocupados en nuestros propios problemas. Parar, pensar, analizar e intentar saber qué les está sucediendo a nuestros seres queridos es lo primero. Intentar oír, escuchar y manifestar afecto y acompañar vienen después. A veces con esto basta. En ocasiones se nos pide más. Cambiar nuestras rutinas y dar prioridad a gestos y actitudes, como dedicar más tiempo a labores familiares, tiempo libre y espacios compartidos. Realizar actividades juntos, en las que se cree espacio y tiempo para el disfrute y las manifestaciones cariñosas. Las actividades comunitarias, la vida social y los amigos pueden contribuir en buena parte a entender los aspectos positivos de la vida. Existen muchas publicaciones que pueden contribuir a conocernos y a ayudar a crear espacios de protección, esperanza y optimismo.

¿Y si ésto no es suficiente?

No es raro encontrar familias a quienes cambiar sus rutinas les supone un esfuerzo tan grande que es imposible. A veces el problema es nuestro y no lo vemos. Los Pediatras interesados en Medicina de la Adolescencia o Médicos de Familia, junto a otros especialistas en salud mental pueden orientarnos. En estos casos merece la pena dedicar un tiempo a hablar con expertos o técnicos que nos ayuden si queremos salvar lo más preciado que tenemos. La felicidad de nuestros hijos es parte de nuestra propia felicidad.

 
 

 
 

¿Debo poner a mis hijos adolescentes la vacuna contra la meningitis?


L. Rodríguez Molinero.
Pediatra Acreditado en Medicina de la Adolescencia por la AEP. Hospital Campo Grande. Valladolid.

 
 

¿Debo poner a mis hijos adolescentes la vacuna contra la meningitis?

Supongo que se refiere a la vacuna contra la meningitis por Meningococo-B, comercialmente llamada BEXSERO.

En los calendarios oficiales de todas las CCAA consta la vacuna contra varios tipos de meningitis. La producida por el Hemophilus, por el Neumococo y por el Meningococo C. Solo faltaba la BEXSERO para cubrir la mayoría de meningitis bacterianas más frecuentes en nuestro medio.

Hace varias décadas cuando no teníamos este arsenal de vacunas, la meningitis suponía un riesgo que nos agobiaba tanto a padres como a pediatras. En aquella época suspirábamos por encontrar una vacuna que protegiera como sucedía contra el tétanos, la difteria o la tosferina. Actualmente estamos pasando una “luna de miel” de las meningitis debido a disponer de estas vacunas.

La meningitis por Meningococo B, es rara aunque de alta mortalidad y frecuentes secuelas. Sabíamos que no era fácil encontrar una vacuna contra el meningococo B. Pero la técnica ha superado las dificultades y ya la tenemos en el mercado. Al principio salió con uso exclusivo hospitalario y desde el 1 de octubre de 2015 ya está disponible en las oficinas de farmacia.

La vacuna es buena en cuanto que consigue protección si se siguen los consejos de la ficha técnica. Las dosis recomendadas son dos dosis con un intervalo de al menos 4 semanas entre dosis. Ninguna CCAA tiene incluida la vacuna en calendario oficial. Pero todas la tienen disponible para los llamados grupos de riesgo, aquellos cuya patología medica supone un inconveniente añadido, por ejemplo inmunodeficientes o cardiópatas. El precio supera los cien euros/dosis. Por tanto la decisión está en manos de las familias que lo deseen. La demanda ha sido tan grande que se han agotado las existencias en las farmacias. En algunas oficinas han creado una “lista de espera” para cuando la industria produzca nuevas remesas. Los padres deben saber que la producción de vacunas es un proceso lento que exige varios meses, en este caso, cerca de 8 meses, y que la oferte se regula por la demanda. En caso de demanda excesiva puede darse el caso de desaparecer del mercado el producto como ha sido en este caso.

A los profesionales que trabajamos en el Sistema Nacional de Salud nos cuesta mucho dar este consejo, pero hay que entender que somos empleados de un sistema que tiene la obligación de buscar la eficiencia al administrar el dinero publico. En la mente de muchos usuarios y ciudadanos está la idea de la sociedad del bienestar, del consumo, de la industria y del mercado donde la oferta de “consumo sanitario” hace perder la objetividad de la realidad clínica y darse el caso de “sobreactuar” en base a la libertad de los padres. Algunas familias también buscan la eficiencia de su economía y dejan que pase esta situación para tomar con mas tranquilidad la decisión. Entienden la información que le proporciona su pediatra de confianza de una manera objetiva y libre.

 
 

 
 

Mi hijo no puede vivir sin el teléfono móvil


L. Rodríguez Molinero.
Doctor en Medicina. Acreditado en Medicina de la Adolescencia. Experto Universitario en Vacunas por la Universidad Complutense de Madrid.

 
 

Mi hijo no puede vivir sin el teléfono móvil

Es una frase muy oída en las consultas, en la calle, en la familia y en los medios de comunicación. Esta frase se podría hacer extensiva a lo que se ha llamado Tecnologías de la Comunicación e Información (TICs), internet, teléfonos inteligentes (Smartphone, Iphone), tabletas, juegos digitales etc. En efecto, su uso llega a ser abusivo.

Un ejemplo cotidiano: si observáramos desde una terraza de una calle transitada a la gente que pasa, notaríamos con qué facilidad la gente usa las TICs, sobre todo los adolescentes.

El uso de las nuevas tecnologías, especialmente los ordenadores personales y los sistemas de comunicación e información, ha cambiado el paisaje familiar, social, laboral y escolar. Las posibilidades de ocio y entretenimiento hacen que los adolescentes las incorporen a su estilo de vida de una forma ferviente, constituyendo un rasgo que les caracteriza.

Las TICs han llegado para quedarse, y están cambiando la forma de relacionarse, de pensar y de sentir. De forma que se empieza a hablar de un nuevo paradigma cultural. Las TICs se han convertido en herramientas útiles en el desarrollo personal, laboral, social y cultural. Y como todos los avances técnicos, tienen ventajas e inconvenientes para los adolescentes.

Entre sus ventajas podemos citar: el acceso a la información, el desarrollo de nuevas maneras de relacionarse, la conexión de grupos y personas, el acceso a todas las opiniones, a otras culturas y continentes, y la participación más activa en la vida social y política…

Entre sus inconvenientes se encuentra la dedicación excesiva de tiempo, en detrimento del que se deja de dedicar a otras actividades formativas; el acceso a contenidos inapropiados, o la intromisión en la esfera de lo privado en forma de acoso cibernético, con la consecuencia de exponer a personas indefensas a ofertas sexuales, perjuicios económicos, o en el menos malo de los casos, “virus informáticos, troyanos, gusanos”…

Existen estudios que ponen de manifiesto la relevancia de esta cuestión, dejando a un lado todo tipo de opiniones y entrando de lleno en el terreno de las evidencias. Está radicalmente claro que las TICs ya están aquí, de una manera definitiva, y en consecuencia, debemos adaptar nuestro sistema educativo para evitar los abusos y, lo que es peor, la dependencia, es decir, pasar de la utilización comedida de estos medios, a no concebir la vida sin ellos, llegando al extremo de sacrificar la vida familiar, social y laboral en aras de su uso exagerado.

A los interesados en conocer datos científicos al respecto, los remitiríamos a los estudios del Instituto Nacional de la Juventud (INJUVE), Instituto Nacional de Tecnologías de la Comunicación (INTECO), e incluso a trabajos propios publicados en la revista Acta Pediátrica (Acta Pediatr Esp. 2015; 73(6): e126-e135).

Las tres razones principales para conectarse a internet son: acceder a redes sociales, escuchar música y buscar información para estudiar, en este último caso, especialmente las chicas, y con más frecuencia cuanto mayor es la edad.

Otras modalidades de uso, aunque a mayor distancia, son las siguientes: mirar el correo electrónico, buscar información para uso personal, ver series de televisión y películas, jugar y hacer compras. En general, hay diferencias estadísticamente significativas por sexos y cursos. Las chicas se conectan con mayor frecuencia que los chicos para escuchar música, ver series de televisión, realizar compras y buscar información para el estudio. Sin embargo, los chicos se conectan más para jugar, buscar información para uso personal y mirar otras cosas (fotos…). Los adolescentes mayores lo utilizan en mayor proporción que los menores para acceder a las redes sociales, escuchar música, buscar información para el estudio, mirar el correo electrónico, buscar información para uso personal, ver series de televisión o películas y hacer compras por internet.

En un estudio realizado por nosotros, destaca como riesgo principal del uso de internet en los adolescentes el acceso a fotos o vídeos de contenido sexual, claramente diferenciado en el sexo masculino, seguido del acceso a fotos o vídeos de contenido racista y recibir fotos y vídeos sexys o provocativos (también más frecuente en el sexo masculino).

Además, encontramos esta conducta de riesgo asociada con el bajo rendimiento escolar de los adolescentes y un entorno urbano de influencia negativa. Sin embargo, no encontramos que otros factores (edad, tipo de colegio, nivel de estudio de los padres, nivel socioeconómico) influyan de manera significativa en todas las conductas de riesgo, aunque sí en algunas.

A la luz de estos datos, parece necesario un mayor esfuerzo por parte de los padres, los tutores, los profesionales y las instituciones para informar y educar a nuestros jóvenes, sobre todo a los chicos, en la prevención de riesgos derivados del uso de las nuevas tecnologías. Es importante que los menores sepan identificar y controlar los riesgos de internet con la misma destreza con la que utilizan el resto de funcionalidades de la red, para aprovechar todas las ventajas que ponen a su alcance las TICs y evitar los inconvenientes.

¿Qué podemos hacer?

Como en todos los procesos educativos, se empieza desde el principio. Los niños hacen lo que ven. Y si lo que ven es un uso correcto, harán un uso correcto. Y en todo caso, si se producen situaciones que nos parecen excesivas, corregir siempre, indefectiblemente.

Nuestros hijos han nacido con las TICs bajo el brazo, y ellos dominan la técnica mejor que nosotros. Por tanto, al menos debemos tener un mínimo conocimiento de ellas. Debemos saberlas usar para entender el lenguaje técnico elemental, y sobre todo, estar al día en los signos de riesgo o de alarma para poder detectarlos y corregirlos convenientemente.

Algunos consejos que han sido consensuados por los expertos:

1. Las TICs son un premio que debe ser merecido y cuyo uso exige responsabilidad y respeto con las normas de convivencia. Además, el gasto que supone su uso, debe ser conocido por el usuario (independientemente de que puedan pagarlo muchas familias).

2. La vida social de nuestros hijos es cada vez mas amplia, sobre todo a medida que van creciendo. No podemos controlar todo, pero si el tiempo que dedican cuando están en el hogar que es una forma indirecta del tiempo que dedican cuando están fuera. Evitar que el uso del teléfono, el ordenador, etc., sustituya a otra actividad formativa, como pueden ser el deporte, la lectura, o la convivencia.

3. En la medida de lo posible, saber para qué se usa. Puede ser para conexiones de amigos, familia, información escolar. Interesarse por los temas preferentes.

4 Enseñar a los adolescentes y niños a desconfiar de conexiones extrañas. Evitar enviar datos personales, o familiares y sobre todo fotografías.

5. Según la edad del adolescente, conseguir aplicaciones que puedan controlar el acceso a temas claramente no formativos o peligrosos, donde se ponga en riesgo la intimidad.

6. En internet estamos todos. Por tanto, hay que ser educado, mantener la compostura y rechazar a aquellos que no se comporten correctamente.

7. Enseñarles a ser críticos. No se puede creer todo lo que se lee en internet. Hay que fiarse solo de aquellas informaciones que vienen firmadas o avaladas por entidades oficiales o de prestigio.

8. Las TICs nunca son un fin; siempre son un medio que nos facilita mucha información y nos conecta con el mundo de una forma rápida y eficaz. Hay que enseñar también que hay otra vida sin TICs, igualmente satisfactoria y plena.

 
 

 
 

Calendario vacunal


L. Rodríguez Molinero.
Doctor en Medicina. Acreditado en Medicina de la Adolescencia. Experto Universitario en Vacunas por la Universidad Complutense de Madrid.

 
 

Tengo un hijo de 15 años que estudia fuera de casa, y repasando su calendario vacunal he visto que la última vacuna se la pusieron a los 6 años. ¿Qué tengo que hacer?

Es frecuente que se nos olvide el calendario oficial de vacunas de los adolescentes, como es su caso. Las razones por las que no se completa el calendario oficial en los adolescentes son muchas. Unas atribuidas a los profesionales, que no dan importancia a las vacunas que corresponden esta edad. Otra veces son los propios padres, que viendo a su muchacho sano consideran que no es necesario, y temen producirle algún problema que no tiene. En muchas ocasiones, porque se olvida, o han perdido la cartilla de vacunación, que no deja de ser un documento oficial. Otras veces los cambios de domicilio contribuyen a este olvido. Finalmente, es el propio adolescente, bien porque vive o estudia fuera del domicilio familiar, tiene miedo al pinchazo, ha oído hablar de ciertas “leyendas urbanas” en contra de las vacunas, o porque milita en grupos, llamados alternativos, que cuestionan las buenas prácticas de salud, así como la conciencia de su buen estado físico, etc.

Los calendarios oficiales de las comunidades autónomas tienen leves diferencias, pero al final de los 14 años todos ellos tienen las mismas vacunas, y es aconsejable que se cumplan bien. Además, los calendarios se revisan y con frecuencia suelen cambiar fechas y dosis.

Conviene recordar que muchos de los adolescentes que no se vacunan están protegidos porque la mayoría de los demás sí lo están. Pero si la cobertura vacunal bajara, estarían expuestos a enfermedades prevenibles.

Esto en nuestra sociedad es una falta de civismo, responsabilidad y solidaridad, pudiendo en alguna ocasión, ser punible penalmente. Por ejemplo, en el caso en que se demuestre que la falta de vacunación de una persona ha sido la causa de transmisión de una enfermedad a otra, a la que se le han producido daños.

Hay tantas actitudes ante las vacunas en los adolescentes como adolescentes hay. Por eso no es fácil persuadir o convencer de su utilidad y beneficio. Los padres y los profesionales tienen que ser lo suficientemente hábiles para conseguirlo. No es tarea fácil, pero es necesario.

En conclusión: revise el calendario de sus hijos, y en caso de duda, acérquese a su pediatra, que comparará el registro que tiene en su base de datos con el calendario que Ud. le aporta, y podrá actualizar las vacunas en caso necesario.