Anclas y naufragios

 

Titulo

R. Curi Hallal.
Médico y Psiquiatra Psicoanalista. Filósofo. Especialista en Medicina de la Adolescencia. Director General del Instituto Social Oziris Pontes. Rio de Janeiro. Brasil.

 

“No hay ninguna riqueza que sea inocente de la pobreza de los demás”
Eduardo Galeano

Anclas

Busco una mirada que me haga

Busco encontrar una mirada que me diga que valgo la pena, estructure y valide algún sentido a mi vivir. Que me mueva, incluya una curiosidad dándome algún motivo a la alegría que en ella veo ser reflejo de lo que él me irradia. ¿Qué estaría esa mirada viendo en mí? ¿Qué cosa será esa que aún no descubrí?. Que agudeza es esa que anda por algunos lugares míos aún desconocidos por mí. Quiero esa mirada que me presente a mí mismo, que me incluya donde me excluyo, que me dé sentido donde me creo nulo, y asiente una estética y un valor donde pienso que el vicio y la exclusión me habitan. Busco una mirada que adorne cualquier equilibrio deshaciendo las dudas, ofreciéndome un colchón entre el sueño y la realidad. Que evite aquellos que me odian. Que esa mirada sea mi escudo y me indique donde ganar los mejores méritos. Que albergue a tantos miedos que me falta vivir. Quiero ojos que no me pongan precio y que guarden adentro mío algún recuerdo que me orgullo de mí mismo sabiendo enaltecer me escoja. Quiero ser mirado por una mirada que me guarde, que me abrigue, que no me deje fingir cuanto amo vivir, que no me deje mentir y que me haga gritar lo que no quiero, que denuncie lo que nunca quise. Quiero una mirada que vea en el fondo de mis sueños como la exposición de mis deseos y que profundo quite del aire la superioridad y acepte la fragilidad consentida, que vea la inocencia negada y mantenga los deseos por lo femenino. Que vea que el amor y el cuerpo se mezclan donándose al hacer de los encuentros casi combates, que mezclen miradas, olores y voluntades de fusión. Quiero una mirada que alcance lo inexpresivo la inexperiencia de mi corazón cuando compulsivo, no domesticado e incorregible, obstinado por una conducta que me contradice y se niega a la escucha y a la consideración. Quiero una mirada que duerma haciendo compañía y despierte propietario de mi paz. Que grite para los que nunca me escuchan. Que exalte los aromas y que miren para ver y confundir el fuego de la pasión y el sexo del amor. Quiero una mirada que llore y que beba mis lágrimas pensando ser el agua que les matará la sed, que tenga el color de las flores de la estación, que se permita ser tan dulce como la miel para hechizar la oscura vida que duerme por detrás de alguna soledad, una mirada que consuele el penar que atienda y me anule en la desistencia. Quiero un mirar que plante el amor en el lugar donde él merezca ser plantado, y que se tire para trabajar en el corazón de los que reconocen el dulce sabor del amor, la fortaleza de la madera, y el acogimiento de la tierra que da frutos y se ofrece como guarida para la persona amada. Quiero una mirada que deposite debajo de la piel mis secretos y aun así ellos se guarden como valiosos, que hagan de la vida fuente de coberturas cálidas, privadas y cuidadas. Busco una mirada que acorte los pasos entre el frío que me atinge y el calor del abrigo, una mirada que alegremente cargue las esencias y las decencias, cure las heridas, anule las miserias, disimule los vacíos, invente caminos de vuelta y cumpla sin prometer, algo así que me eleve por encima de lo precario, disponga de resistencias perfeccione la voluntad de poder soñar como la mayoría dice hacerlo. Que sea una mirada sincera y definitiva e influencie mi capacidad de reinventarme, escandalice la rutina, funde nuevas esperanzas. Que sean palabras, reticencias y silencios, robe la violencia de la inercia y comparta los sentimientos inscribiéndolos en la realidad del día a día.

Quiero fronteras

Quiero fronteras para ir y venir, origen y destino definidos, comunes. Quiero pasaportes que carguen abracadabras habilitadores, que tornen posibles los reencuentros, los retornos, las nuevas chances, pasaportes subversores de muros y controles, permisión para el sueño de la sobrevivencia.

Naufragios

Con la humildad debida, quería contar mis asombros, desconcertado con lo que no alcanzo a hacer. Quería contar historias de la destrucción cimentada, de las aguas contaminadas, de los alimentos procesados, de la tierra contagiada, de la perversa división territorial, de los espacios y de los tiempos invadidos, de las falsas promesas, de los adornos, de las máscaras, de los negocios, de la vida consumida.

Caravana de los olvidados

Ellos hacen parte de la caravana de los olvidados, demarcada por el territorio del asilo, de la vereda, llevan platos vacíos, poca ropa, memorias heridas, cansancios crónicos que se cumplen atrevidos. Van a parte alguna, son actores principales y extras del colapso social, desentusiasmados con cada nuevo día, repiten incurables enfermedades de hambre. Algunos más resistentes postergan y aguardan el exterminio. Muchos de ellos no se reconocen, por haber perdido demasiados pedazos, entre ellos el alma, perdida en un instante de pánico, en alguna persecución, en alguna fuga del fuego puesto a sus vestes por pura diversión de jóvenes embriagados y sus padres permisivos. Cuando pueden, andan por ahí, conversan con amigos imaginarios, juntan restos en el piso, – eximios catadores de cualquier cosa, comidas, papeles coloridos, latas, miradas penalizadas, miradas fulminantes. Pocos les rinden el homenaje de la añoranza, fueran quedando en el pasado, casi olvidados, uno u otro recuerdo de infancia los incluye como pasajeros que estaban. Después bajarán de la vida. Ellos vienen de los agujeros de la ciudad, desde de dentro de la tierra, lugares poco frecuentados, salen de las grietas, cubiertos por viaductos, cajas de papel, marchan en discreto desfile, abren camino en tierra extranjera, poblada de blancos indiferentes, evitativos, altivos. Su largo viaje diario es en dirección a la nada, ellos tienen mucha paciencia, difícilmente se indignan, ya se olvidarán de la ofensa, ríen de sí mismos, son sociables, raramente andan o duermen solitos, las mujeres usan tiaras, pintan las uñas de los pies y si les sobra esmalte; las de las manos también. Entre ellos, se matan, y hacen el amor, de la nada surgen embarazadas, señal indiscutible del encuentro humano que se mantiene intacto y con esperanzas. Ellos saben que solo tienen hijos aquellos que aceptan compartir el futuro, saben declarar sus noches de amor a la especie. Raras alegrías.

Sus desobedientes ojos asisten indiferentes al desfile de prepotencias vestidas en las vitrinas, en las personas, en las indiferencias, en la “cosa” en que les transforman negándoles ser, metidos en esta (des)existencia forzada, como una tortura diaria, sin tregua, ojos que les imponen muros y miradas que fusilan. La inminente ejecución es siempre esperada, sus moradas no tienen puertas, por ellas circulan todos cargando sus intenciones, buenas y malas, pasan los días esperando, abrazados al vacío, quebrado por alguna pelea, siempre evitada para no llamar la atención, reinventándose de los restos de recuerdos de aquellos que fueron.

Clandestinos, exilados, desertores, indocumentados, extranjeros, viven de esperar treguas que nunca llegan; ninguna procura, ninguna carta, la ausencia de reconocimiento les apaga todas las impresiones, digitales, personales, dentales, todos los sentidos, los sentires, todo en ellos es o será crónico, hasta la falta del nombre y del apellido.

Entre ellos, vuelta y media circulan locos, homicidas, aunque cometan pequeños delitos que les mide la valentía. Sueñan con sus residencias, sus perdidas familias, sus amigos, sus carteras de trabajo, las oportunidades tenidas o no, los amores antiguos. Cabalgan el pasado con habilidad, montan y desmontan furias y domas.

Siempre faltaran manos que los mantuviesen más tiempo vivos, huyen temprano de la vida, después de haber durante años contemplando la soledad, quietos, acostumbrados esperan el fin, para definitivamente sin detalles, irse.

La vida entre anclas y naufragios

Hay exceso de humanos

Hay exceso de humanos llegando a la vida con los sentires cansados, deshabitados, con los apegos gastados, con las manos vacías, con los ojos sin luz, con ángeles-de la-guardia distraídos, con la boca callada, con la fe desconfiada. Hay multitudes caminando sin rumbo, con el futuro estancado en la próxima comida, con el desabrigo enclavado en la piel y el acostumbramiento de la soledad desacompañada. Se sientan en la vereda, testimonian la calle, la luna, las estrellas. Hay humanos encendidos de la vida, enfermos, demenciados, demolidos, por un filo, atropellados por la miseria, torpes, desestimados, desalojados, descosidos, sin protagonismo, sin provisiones, desapropiados, utopías partidas, repitentes, aprobados en ser no-gente, desapoderados de la propia historia. Hay tantos desatinados, desaparecidos, desautorizados, sin pase, pasaje, bonos para llegar a algún día más. Hay humanos llorando, desamparados, disuadidos, ex indignados, expuestos al riesgo, dislocados de la celebración, (des)hermanados por la omisión colectiva, con hambres descomedidas, con llantos crónicos, olvidados, descuidados. Hay humanos con tanta desgracia, inquietud, subordinación, desengaño, disfrazados de humanos, que la esperanza avergonzada se negó a despertar, salir de casa, a comer. Por falta de brazos y abrazos, de munición, resolvió en protesta desocupar los corazones.

Salgan todos de casa

Salgan todos de casa, cada uno lleve su llave caso quiera volver. Lleve muchas historias, todas cuantas guardó no frecuentando las veredas ocupadas por los truculentos de todos los colores y clases sociales, traficantes de esposas, de niños, de armas, de capitales. Salgan de casa y lleven sus objetos de valor, lleven las fotos guardadas, las ropas con afecto, los recuerdos, las letras de músicas que los ruidos actuales no cantan más, lleven sus besos no dados, lleven el tiempo no vivido, el miedo de ser encontrado, la desesperanza costurada por el último voto inútil. Lleven la identidad para no olvidar. Ponga en los hombros la última carta de amor, la foto del hijo niño, del tiempo apagado por el tempo y la espera del retorno de quien se fue. Salgan, lleven consigo las palabras no dichas, las ofensas oídas, los pájaros muertos, las plantas intoxicadas. Lleven consigo los impuestos adulterados, el aumento de los diputados, la injusticia y los secuestros directos y disfrazados. Lleven los sueños postergados, las mentiras escuchadas y las invasiones territoriales, las guerras, los falsos motivos, las disculpas no pedidas, el error no reparado. Lleven los niños, la tolerancia, los derechos y los deberes, lleven algunas virtudes, ellas serán necesarias en caso de encontrar el corrupto que te pida alguna prueba de que tú eres tú. Deja los metales, no pasaras con ellos por la industria de la seguridad que apalpan inocentes e inocente culpados traficantes, banqueros y otros dueños del dinero ajeno, incluso los estados terroristas que fabrican armas e invaden países, nadie nos protege de ellos.

Salgan todos de casa sin nada preguntar, desfilen silenciosos, agrúpense por necesidad, se den los hombros por fraternos, se abracen para flotar, se animen para no perder el rumbo, se den las manos para no perder los sueños.

Dedico este ensayo a Giuseppe Raiola que realiza la suma de nuestros amores por el próximo cuidando a todos como hermanos y hermanas.

Este trabajo fue elaborado por el Dr. Roberto Curi Hallal, no pudiendo ser copiado o utilizado parcial y/o totalmente sin previa autorización.