Florecer


Florecer

por P. Panza Guardatti
18 años. Estudiante del Profesorado en Lengua y Literatura.

 

Antes que nada, quiero comentar y dejar constancia de que el siguiente escrito tomó forma durante la más bella época de todas: la primavera. Lo constato por el simple hecho de ubicar al lector en el contexto de producción, porque seguramente este artículo recaerá en sus manos tiempo después, en el que quizás quien escribe haya mutado, en el buen sentido. Recalco que fue en primavera porque es un hecho fundamental, porque es durante la misma en la que el proceso comienza a tomar forma culminante; el proceso que inició en los meses donde todo se tornó de colores cálidos (rojo, amarillo, naranja) y las hojas se despidieron de sus aposentos hasta siempre.

Un proceso silencioso, que no llamaba la atención, y hasta que no podía percibirse a simple vista; pero que, sin embargo, cuando el otoño tocó la puerta, él se entrometió sin avisar comenzando a gestarse.
Y así fue que con el pasar de las semanas todo empezó a cambiar.

La palabra clave que puede ayudar a explicar el proceso en su primera instancia es aumento. Aumento en todos los sentidos. El principio se concibió como un avasallamiento e intromisión. Una oleada que se acrecentó y no se desagotó, sino que se estancó y profundizó. Una acumulación que fue multiplicándose y llenándome de todo tipo de cosas: fue una sobrecarga de información, emociones, altibajos, disconformidades, extrañezas, cambios, incertidumbres y confusión que culminaron, ¿por qué no?, en una sobrecarga de alimentación.

Así, durante todo el otoño e invierno, como cual oso en estado de hibernación, en mi cuerpo todo se acumuló. Pero aquella fue la primera parte de todo el proceso. Luego siguió el momento en el que la avalancha tomó temperatura ambiente y por consiguiente se enfrió. Comenzó entonces el momento de filtración.

Alejarme, anidarme, comprenderme, animarme, cambiarme, amarme.

Al nido se volvió y bajo protección pude mirar en retrospectiva, y ¡qué bueno y saludable es poder retrotraer memorias y observar el pasado!, siempre y cuando este avistamiento genere un estado de reflexión, y así fue como ocurrió. Por lo tanto, las plantas de mis pies hicieron contacto con el helado suelo que tenía debajo, y no solo el frío recorrió cada parte de mi ser, sino que también las raíces profundas subterráneas se adentraron en mi piel y se ramificaron, preparándose para la primavera.

La filtración significó concientizar todo lo acumulado y pasarlo por un tamiz, en el que todo lo bueno no traspasó, y la borra se coló por los orificios, pero no antes de ser purificada y meditada, para que el proceso sea fructífero.

Así, el peso comenzó a descender y solo quedó aquel que permite la vida, la buena vida, la saludable vida, en los aspectos físico, mental y, sobre todo, espiritual. Entonces, el calor ascendió y el capullo a abrirse comenzó: la primavera ha llegado y es tiempo de florecer.

Pétalo por pétalo, abriéndose cada uno a su tiempo, permitiendo al sol adentrarse en cada rincón y que su energía se extienda por la totalidad de la flor. Renovación, purificación, reinicio. El otoño y el invierno posibilitaron que dentro se produjera el proceso que se manifestaría justamente en este momento: el momento del brote. El brote significa el comienzo de una nueva vida, y por más absurda que pueda llegar a parecer la metáfora, así me siento. Reviviendo como una pequeña flor que comienza a desarrollarse. Como una flor de loto, un lirio, un girasol que cobra una vida nueva, cargado de energías, renovado, esperanzado y motivado, dispuesta esta flor de amarillos pétalos a descubrir el mundo y deleitarlo con su belleza que empieza a centellear.

 
 

 
 

Epistocracia?


Epistocracia?

episteme, “conocimiento” | crato, “poder, gobierno”

por Manuel Ignacio Pulido García
19 años. Estudiante universitario de Economía.

 

Imagíne que usted se encuentra de vacaciones en algún destino paradisíaco tropical. Al llegar a la playa, que se encuentra en una bahía, le ofrecen alquilar una lancha junto a otros 6 turistas para pasar el día, que por lo pronto promete sol y buen clima a pesar de las nubes que se atisban en la lejanía. Acepta la propuesta entusiasmado y mientras espera la llegada de los demás para partir, decide leer las advertencias de seguridad en los carteles del muelle. Los restantes 6 llegaron sobre la hora e ignoraron dichos carteles para embarcar inmediatamente.

Se encienden los motores y comienzan a alejarse del punto de partida, casi saliendo de la bahía. Pasan un muy buen rato, almuerzan a bordo y se echan una buena siesta después.

Al estar todos descansando, nadie notó que cada vez se alejaban más de la costa y como sucede por lo general en estos lugares, se formó una tormenta repentina que los despertó de su descanso con lluvias y un intenso oleaje. Casi todos entran en pánico menos uno de los turistas que tiene algo de experiencia como navegante, quien sin titubear, rápidamente pone en marcha el motor para volver al muelle. Pero hay un problema, éste se percata de que no hay suficiente combustible para hacer los 10 km de vuelta, ya que no estaba previsto alejarse tanto y decide emprender el rumbo hacia una de las puntas de la bahía, a 2 km de su posición.

Pero usted fue el único que leyó las indicaciones de seguridad en el muelle y sabe que en esa dirección se encuentran formaciones rocosas bajo el agua. Por eso alerta a los demás, pero 4 de ellos objetan y argumentan que está equivocado, impulsados por la desesperación de llegar a tierra lo antes posible. Usted les explica que los procedimientos de seguridad que leyó, indican que hay que dirigirse ligeramente en dirección al mar abierto para luego llegar al siguiente muelle, que se encuentra a 6 km de dónde están. Y el turista que maneja el navío les dice que, en base a su experiencia, las olas no podrían tumbar la embarcación, por lo que el otro muelle es la mejor opción. “¡Las olas nos hundirán fuera de la bahía!”- exclama un turista asustado. “¡Están locos! ¡Tenemos que llegar a tierra firme ahora!”- grita una turista. “¡Si vamos hacia allá vamos a chocar con las piedras!”- grita otro.

Comienza una discusión acalorada en medio de la hecatombe hasta que deciden votar para elegir el rumbo. Es decir, que el destino de todos estará en manos de la mayoría. La “solución” colectiva daría como resultado 4 contra 3, lo que inevitablemente, lograría que se hunda la embarcación al ir en la dirección equivocada. Ya que la mayoría está actuando en función del miedo, ¿la minoría debe sucumbir ante las malas decisiones de ellos? Ellos que, al tener su juicio nublado, no consideran la información vital que podría llevarlos por el rumbo que salvaría a todos. Ni tampoco toman en cuenta la experiencia de uno que sabe lo que hace y ha vivido otras tormentas. Al final, ¿es justa o injusta la votación? Dejaré que usted decida cómo terminó esta aventura, pero quiero preguntarle: ¿no piensa usted que las decisiones deberían haber sido tomadas por quienes, circunstancialmente, estaban mejor preparados? Debemos naufragar por las malas decisiones de la mayoría?

Sin temor a no ser políticamente “correctos”, deberíamos replantearnos otras maneras de tomar las decisiones que nos afectan a todos. Y no caer en las manos de aquellos que, a través del miedo, nublan el juicio de las mayorías en medio de las tormentas que nos tocan pasar para beneficiarse. Quizás lo lograríamos empoderando con el conocimiento a los votantes, para que todos seamos capaces de discernir y elegir en pos de un verdadero bien común. Siendo este complejo, variable y subjetivo.

“La democracia es el peor sistema de gobierno diseñado por el hombre, con excepción de todos los demás.” – Winston Churchill

 
 

 
 

¿Que haría si tuviera 18 años?


¿Qué haría si tuviera 18 años?

por Federico Diéguez
19 años. Estudiante de 2º curso de Ingeniería Civil.

 

Pareciera tan poco importante, como para contestar de chico: “Me gustaría ser…”, o “Iría a …” pero no es lo mismo cuando realmente tenía la oportunidad de elegir hasta donde iba a llevar los estudios, o la familia, o una nueva vida. En algún momento, es verdad, tenía que quedarme a pensar qué esperaba de mí mismo para los años que seguían.

Por lo que yo veía, las personas cambian siempre, pero dentro de un margen, que hace que siempre sean las mismas en el fondo, o que dejan la misma impresión que cuando las conocí por primera vez, y ahora que pensaba como iba a verme la nueva gente que conociera, tenía un poco de curiosidad en cómo iba a cambiar para adaptarme. Y desde mi lugar, típico chico promedio de bajo perfil, pocos amigos e interesado por muchas cosas que quería aprender, no pensaba que tenía tiempo de organizar como iba a ser mi vida cuando tenga 18 años, mucho menos la carrera que iba a seguir en la Universidad, ni a quién le podía contar cosas cuando los amigos se fueran a estudiar a otro lado. Entonces miraba a la familia como un grupo que quizás podía ayudarme a tomar decisiones, aunque llegaba a la conclusión de que esa ayuda no la sentía mía de verdad. Siempre fue difícil saber que tanto valía la familia cuando me pasaba todo el día en mi cuarto y pensaba que no los necesitaba, aunque en realidad, siempre estaban ahí.

Nunca me detuve a pensarlo del todo porque era mucho trabajo y cuando lo había intentado, no servía de nada, pero como el tiempo sigue adelante siempre, quiera o no, tenía que elegir finalmente qué es lo que quería hacer y cómo iba a encarar las nuevas experiencias. Obviamente, con mucho miedo investigué de que se trataba la vida en la universidad, y sólo pensaba en que era un lugar al que ir como en el colegio, pero al margen de eso, también me hacía mayor de edad y tenía nuevas responsabilidades. ¿Qué harías con 18 años? Era una pregunta que me hicieron de chico como si la mayoría de edad significara la libertad absoluta o el hacer lo que uno quiere siempre. Aunque nada más lejos de la realidad, y a modo de contar una experiencia, de eso me di cuenta cuando tomé la primera decisión solo, (aunque un poco por descarte y en apuro) que fue la de estudiar una carrera.

La verdad es que me sorprendí al ver cómo la gente de la universidad que conocía desde cero estaba en la misma situación de inseguridad que yo, y sin pensarlo tanto, hablaban con total confianza conmigo como si me conocieran de toda la vida, aunque nadie preguntaba de dónde venía, o ni siquiera el nombre. Las personas no somos tan únicas como pensamos, ni somos tan especiales, ni somos el centro de ningún eje, sino que estamos todos en una misma situación, y más que nada, cómo resolvemos los problemas es lo que nos diferencia. Entonces no servía de nada intentar ser una persona diferente o aparentar nada, porque esa gente que hablaba con otros, y los compañeros en general, se acercaban porque se sentían cómodos con quien yo era en ese momento. Por primera vez, era por mí y por nadie más, que me conocían, y eso se sentía bien.

La Universidad es una buena oportunidad para empezar “desde cero”, y no en el sentido de dejarlo todo, sino en partir de únicamente lo que había aprendido antes para conseguir amigos, estudiar, y elegir a dónde iba a ir en los siguientes años. Ya a nadie le importaba a quién conocía antes, mis notas del colegio, ni las relaciones con mis compañeros. Eso no significa que lo que haya vivido antes no sirviera, porque gracias a eso uno forma el ideal de persona, de pareja, de amigo y hasta de reunión favorita para perder el tiempo; y es sorprendente, como casi sin pensarlo, atraemos a esa gente que cumple nuestras expectativas, y perfil de “buena gente”. Así, como decía, solo nos diferenciamos en como reaccionamos ante situaciones particulares, porque todos vivimos lo mismo.

Entonces es donde llegan los problemas, y es ahí cuando me cuestionaba si lo que había aprendido antes era suficiente para resolverlos. Cuando aprendí a manejar, por ejemplo, y el primer “pequeño accidente” ocurre, es sólo responsabilidad mía hacer los trámites correspondientes, hablar con gente, y evitar mayores problemas. Algo tan diario para tanta gente como hablar con un señor enojado porque había rayado su auto, era para mí sentirme totalmente solo, y no saber que hacer o cómo reaccionar. Por suerte, estando calmado, hasta la persona más enojada que pueda encontrarme puede hablar bien, y el problema terminó resolviéndose sin mucho más, pero pensaba de verdad “Qué lindo sería que mis padres se hubieran hecho cargo de todo”. Y aunque pensaba eso, había aprendido en ese momento la forma de hacer algo nuevo, hablando, y lo hice por mi cuenta.

Lo mejor y lo peor de cada uno sale cuando estamos solos, cuando nadie nos mira, y cuando sólo actuamos porque creemos que eso es lo correcto. La familia no siempre está al lado, ni los amigos, ni los compañeros, así que es mejor tomar esas situaciones tensas como aprendizaje, para que salga lo mejor de nosotros, y con la ayuda del resto, lo hagamos más grande.

Intento saber siempre exactamente quién soy y cómo me comporto en cada caso, y aunque sea diferente con cada grupo de gente, ninguna de esas facetas es falsa, porque es mi forma única de responder, y no es secreta para nadie. Eso descubrí que era importante cuando formaba el primer grupo de amigos nuevos y quería que me conocieran del todo, sin dejar dudas de quién era. Entonces esos serían verdaderos amigos, que estaban cuando los necesitaba. Y eso, creo que es gracias a la sinceridad que tenemos cuando nos tratamos entre nosotros, y cuando aprendemos de los errores. La verdad, sería perfecto si pudiera aprender todo de los errores ajenos, pero eso es tener mucha suerte, y depender de lo malo que le pase a otro para mejorar. De todas formas, es muy difícil, y siempre terminamos cometiendo faltas, que conviene experimentarlas uno mismo para encontrar la mejor manera de evitarlas luego. Lo que encontré mejor para hacer, fue aprender de las pequeñas buenas cosas que tenían mis amigos, y ver qué tanto me podían enseñar.

Responsabilidades y frustraciones las hay siempre, y cada vez más obligaciones, pero como son para uno mismo, muchas veces pude estar hasta las 5 a.m., terminando un trabajo que no es obligatorio para el profesor, pero para mí si lo es, porque me gusta sentirme realizado, o bien puedo quedarme hablando durante horas con alguien sobre lo que le preocupa porque, aunque nadie lo pide, me gustaría que fuera así conmigo. Sobre todo, cuando en serio se pertenece a un grupo de amigos o compañeros, donde tanto la ausencia de uno, como los comentarios que haga, todo, se siente bastante desde el otro lado. Pensaba que como nunca había pertenecido a un grupo tan marcado, tal vez la gente nueva que había conocido nunca me iba a preguntar cómo me sentía, pero es sorprendente como llegaban mensajes de preocupación cuando tenía un día de mal humor, aún si no me mostraba enojado con nadie o sin decir ni una palabra. Y esto no me pasa solamente a mí, sino a todo el resto de compañeros que conozco. Por eso, es también responsabilidad mía mantener ese grupo.

Terminé valorando las oportunidades que surgieron porque las aproveché para cambiar, pero sin dejar de ser yo mismo. Y, ¿qué hago ahora que tengo 18 años? Lo mismo de siempre, tengo los mismos problemas de siempre, la misma personalidad de siempre y las mismas dudas, hay más temas legales y de ciudadanía, y soy más libre en decisiones, en tanto nadie las cuestiona, pero esas decisiones no sólo me afectan a mí sino a todo lo que construyo y quiero, así que trato de cuidarme en salud y mente, y cuido a los más cercanos, porque ellos también forman parte de lo que soy como persona.

 

 

 
 

Sobrevivir a la avalancha arquetípica


Sobrevivir a la avalancha arquetípica

por P. Panza Guardatti.
18 años. Estudiante de licenciatura de lengua y literatura.

 

Ser diferente y salirse de lo habitual no es nada fácil. Si no es fácil en la niñez ni en la adultez, ¡imagínense lo que significa no seguir a la masa durante la adolescencia! Lo digo por experiencia: sencillo no es. Mientras uno va creciendo y se va adentrando en esta etapa, presencia cómo sus semejantes van mutando hasta concluir en un perfil determinado que todos comparten. Esta nube de cambios envuelve a todos y nos afecta queramos o no. Pero el grado con el que nos cubre puede o no llevarnos a masificar nuestra personalidad, ya que podemos hacernos a un lado, mirar desde el exterior, y replantearnos el hecho de actuar libremente sin necesidad de complacer a este arquetipo.

¿Por qué los adolescentes terminan siguiendo a esta aglomeración de actitudes y formas características? ¿Por qué son muy pocos los que dan el paso y se separan de esta estereotipación? Pues creo que la razón primordial es el no querer quedarse solo. Ser igual al resto nos permite articularnos en la masa y así estar rodeados de otras personas, lo cual nos hace sentir seguros. Pero esta satisfacción momentánea (porque las “amistades” que creamos muchas veces no son más que pura ficción) ahoga nuestras concepciones, las agota hasta quedar en nada y siembra nuevos ideales que no van con la personalidad propia. Por lo tanto, ser distinto conlleva generalmente a ser apartados y quedarnos solos. Pero fielmente creo que vale la pena pasar por esa situación.

Yo lo he vivido. Al transitar durante esta etapa siempre mis convicciones fueron diferentes a las del resto, tanto por cómo me habían criado mis padres como por lo que yo iba racionalizando y criticando de la sociedad y su actividad. Como bien he dicho antes, esto supuso un leve rechazo por parte de mis compañeros, pero sin dejar de decir que tenía con quienes compartir mis ideas. Me fui haciendo más grande, mis concepciones también cambiaron, mantuve algunas, otras se transformaron, pero nunca me permití cambiar de opinión solamente para poder encajar en la masa. Hice nuevas amistades, conocí más gente, empecé a andar por nuevos lugares y todo esto desencadenó una nueva ola de pensamientos e ideales.

Durante toda esta etapa de desarrollo tanto personal como emocional figuré, determiné y siempre tuve en cuenta que ser igual al resto no era ni tampoco sería lo mío. Entendí que lo que yo quería era destacarme, ser diferente y reconocida por esto mismo: salirme de lo habitual. Entonces, también comprendí que esto implicaría enfrentarme con malestares y disgustos, pero que al fin y al cabo no me perjudicarían ya que si soy fiel a mi misma voy a terminar siendo feliz. Y es a esto a lo que aliento a los adolescentes: a ser fieles a ustedes mismos, a no dejar de ser quienes son por el simple hecho de corresponder al prototipo actual de joven, a seguir con sus ideales y concepciones, y sobre todo a seguir a su corazón, que siempre nos indica el camino correcto.

No se dejen llevar por esta corriente masiva que rodea a todo con su monotonía y mediocridad. Destáquense, sean distintos, no tengan miedo al fracaso y menos al “qué dirán”, sean ustedes mismos y eso los llevará lo más lejos posible. Muéstrense al mundo tal cual son, siendo sinceros con ustedes mismos, porque de esta manera podrán cumplir con sus objetivos propuestos y serán felices.

 

 

 

 

Amor a conciencia


Amor a conciencia

Por Pablo Koss
Estudiante de Medicina, 20 años

 

Con amor para mi amigo Yuri Olyunidislov.

Cuantas emociones, sentimientos y recuerdos de todo tipo, forma y color llegan a nuestra mente al pensar en amor. No hay cosa alguna en este mundo que no sea atravesada y trascendida por él, por su presencia o ausencia, o por la interpretación y percepción tan vasta que cada ser humano puede tener del amor, existe por ejemplo: el cálido amor de abuela o madre, el corrupto amor al dinero, el amor fraternal entre iguales desiguales y el paternal entre desiguales iguales, a los animales y a las mascotas, a la aventura y a la comodidad, está el “por amor al arte” y “por amor al juego”, el amor a los ideales y a las creencias, y así con una infinita lista, porque el amor nos define y nos redefine a medida que transitamos la vida, nos acompaña, nos orienta y nos desorienta.

Entonces ¿qué es el amor si no es eso que nos mueve? Porque más allá de un sistema límbico, oxitocina, serotonina y dopamina como una base biológica, el amor es tan amplio e imposible de reducir o abarcar que cualquier visión parcial nos llevaría a una idea errada de él. Por eso todas esas reacciones fisiológicas toman una trascendencia mayor en el vínculo entre seres humanos y con uno mismo, volviéndonos más sensibles ante la humanidad, con amor, el otro es la persona más hermosa del universo, esa comida que no salió como la ostentosa foto de la receta es un plato digno de un restaurant de lujo, un abrazo de esa persona que amamos, o el darnos un tiempo para disfrutar de un atardecer, nos transforman y nos marcan un camino hacia la felicidad para luego poder compartir nuestra construcción y desparramar aunque sea un poco de amor en las sonrisas de los demás. Sin embargo, un desamor trae consigo la peor de las desgracias, algo como abrir las puertas del inframundo -bueno, quizá exagere un poco- pero nos llena de una tristeza negativa muy particular que vuelve gris todo lo que se nos acerque, las defensas disminuyen y afloran incontables enfermedades, y todo por esa cosita loca llamada amor. Porque el amor carga de sentido nuestras relaciones y lo saca del plano netamente utilitario para convertirlo en un acto humano en todo su esplendor y ya sea que traiga tristeza o alegría nos va moldeando como personas sin que lo notemos.

Con todo eso, el amor al ser tan natural para todos, muchas veces pasa desapercibido como si fuese un componente más del paisaje y raras veces nos preguntamos sobre él de forma crítica como la gran herramienta de construcción/destrucción masiva que es y cómo influye cada aspecto de lo que somos y hacemos, preguntarnos por ejemplo si nuestro amor es: tímido, pacífico, violento, obsesivo, paciente, padeciente, o quizá simplemente tomarse un tiempo para mirar atrás y ver el camino recorrido en y por el amor, para luego ver hacia dónde vamos o si queremos continuar de la misma manera, pues si como dije antes el amor es eso que nos mueve, es prudente revisarlo de a ratos, tanto en las horas donde todo se marchita como cuando la vida nos sonríe, cuestionarse y replantearse siempre si nos mueve el amor y de qué manera.

 

 

 

 

La meditación transformó mi vida


La meditación transformó mi vida

Diego Ruiz Hidalgo
26 años

 

Comúnmente se dice que la adolescencia es el paso de la niñez a la madurez o etapa adulta. Puede verse como un puente entre el niño y el adulto, con sus respectivas etapas internas.

La niñez es el estado en el que no te sientes perdido. Eres creativo, expresivo, explorador, imaginativo y sobre todo se te caracteriza por un sentimiento de seguridad interior. Puede que te sientas seguro porque tus padres se encargan de ti, pero en cualquier caso te caracteriza un sentimiento profundo de seguridad y confianza. Sientes que puedes permitirte cualquier osadía, confías en la Vida. Aquí hablo en términos muy generales. Por supuesto que hay niños con falta de confianza y con dificultades para expresarse, pero en general, un niño sano y con un entorno familiar estable se caracteriza por esas cualidades.

El adulto realizado interiormente se caracteriza por ese mismo sentimiento de seguridad y confianza, pero ya no debido a sus padres biológicos, sino al Gran Misterio de la Vida al que se entrega completamente (cada cual siguiendo su propio código de creencias o experiencias vivenciales, ya sean religiosas o no).

El adolescente está en el medio, perdido. Su mente crítica, racional, comienza a desarrollarse en todo su potencial. Empieza a darse cuenta de que sus padres no son tan omnipotentes, ni lo saben todo. Empieza a buscar su seguridad en otras cosas, depositando su confianza, esta vez, en el grupo de su misma edad. Es posible que un sentimiento ancestral de pertenencia a un clan afiance esa sensación tan deseada de protección y seguridad. A menudo surge un sentimiento de vergüenza si se le ve en presencia de sus padres y estos le proporcionan muestras de afecto o cariño. Es posible que este sentimiento surja de una emancipación inconsciente con su niñez y todo lo relacionado con ella. “Ya no soy un niño, ahora soy un individuo que se busca a sí mismo”. En mi opinión, es aquí donde cobra fuerza esa inquietud tan característica del ser humano por definirse, por adoptar una identidad concreta y afirmarse como individuo.

La búsqueda suele comenzar con una infinitud de ensayos. El adolescente se asemeja a un actor que busca su rol ideal para ser reconocido y reconocerse a sí mismo. Este reconocimiento buscado debe venir del grupo al que desea pertenecer y el reconocimiento parental ya no parece ser tan importante. Pasamos de un “¡Mamá, papá, mirad lo que hago!”, a un “¡No me agobiéis con vuestras perspectivas de adultos, vosotros no me entendéis!”.

Ahora es el grupo de pertenencia, el clan, el que busca ser contentado de manera inconsciente. Una paleta infinita de códigos de conducta y roles comienzan a desplegarse en la vida del adolescente, desde su forma de hablar a su forma de vestir o de divertirse.

Un ejemplo que encuentro muy representativo de esta nueva conducta es el hecho de fumar. ¿Por qué empezamos a fumar? Invito al lector a que se plantee esta pregunta si fuma o ha fumado, o si, en caso negativo, ha visto el proceso en otras personas.
Desde mi punto de vista, empezamos a fumar porque de un lado desafía la
perspectiva protectora del ámbito parental, nos reafirma en nuestra nueva búsqueda de identidad adulta (ya no somos un niño que debe ser protegido por sus padres) y por otro lado, porque nuestra sociedad ha estado expuesta a medio siglo de campañas de marketing de la industria tabacalera, pasando por el cine y la televisión.

Si me aventuro a comenzar el artículo de esta manera, es porque he vivido todo ese cliché hasta hace no mucho y en mi caso ha resultado de vital importancia identificarlo. A mis 26 años, la adolescencia es una etapa que no siento tan lejana. Desde los 13 a los 19 me pareció un mundo, pero de los 20 a los 26 siento que ha sido un parpadeo.

El inicio de mi adolescencia se caracterizó por un sentimiento de inseguridad respecto a mí mismo. Acababa de experimentar un cambio brusco justo a los 13, ya que cambié de colegio y no llegué a formar parte de un grupo determinado en mi clase. No era muy bueno jugando a fútbol (deporte que permitía una efectiva integración social), así que esto acentuó mi sensación de inseguridad y decidí pasar más o menos inadvertido absorto en libros y mundos de fantasía hasta los 15. Ese verano pegué un pequeño estirón y recuerdo como el hecho de empezar a relacionarme con chicas me dio cierta confianza.

Empecé a salir de fiesta con otros chicos de mi edad con la intención de conocer chicas y divertirnos. Empecé a beber alcohol y a fumar, ya que eso hacía el target de jóvenes por el que quería ser aceptado, lo que pareció procurarme una sensación de mayor seguridad en mí mismo. La paradójica ilusión en la que me introduje la comprendí más adelante, ya que toda esta etapa me convirtió en esclavo de la opinión y valoración ajenas. Cumplir los códigos de vestimenta e imagen aceptados socialmente se convirtió en una de mis prioridades. Si gustaba a las chicas, y al resto de jóvenes de mi edad en general, me sentía seguro de mí mismo, de lo contrario, no.

Uno de los primeros sucesos que determinó mi posterior búsqueda de una transformación interior ocurrió a eso de los 17 años, cuando me diagnosticaron un leve trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH) y me asignaron una medicación llamada Concerta. Al parecer es un trastorno cada vez más habitual en niños y adolescentes y pronto descubrí que mi caso no era aislado. Comencé tomando 18 miligramos, después 36 y finalmente llegué a la dosis de 54. No pretendo citar todos los posibles efectos adversos de este químico, ni iniciar una campaña contra el uso de este tipo de medicamentos, ni expresar mi punto de vista acerca de la industria farmacéutica. Simplemente quiero dejar claro que en mi caso no resultó una solución muy positiva.

Cada vez que lo tomaba perdía notablemente el apetito, mis pies y manos se enfriaban exponencialmente, me resultaba difícil conciliar el sueño a la hora de irme a dormir y, aparte del hecho de estar concentrado durante largos periodos de tiempo sobre una misma cosa, no sentía muchas ganas de socializar con mi entorno, lo que a menudo estaba acompañado de un malestar general. Si ya de por sí como adolescente tenía ciertas inseguridades que generaban niveles habituales de ansiedad (exámenes, búsqueda de aceptación y valoración externas, etc.), el medicamento las acentuaba.

No tardé en llegar a la conclusión de que (en mi caso) no sentía que fuese una solución muy práctica y saludable, por lo que tomé la decisión de posponer la medicación en búsqueda de un remedio que me pareciese más constructivo.

Otro de los sucesos que desencadenó mi búsqueda de una transformación interior fue el hecho de llegar a un estado de saturación profunda. A eso de los 22
comencé a saturarme de ir a las discotecas y a los bares, del consumo excesivo de alcohol a pesar de que me pareciese la única manera de socializar a mi edad y
del hecho de intentar encajar en el molde social de la juventud de mi entorno. Todo empezó a parecerme superficial, pero, sobre todo, yo mismo. No era feliz. Surgió en mi la sensación de estar interpretando una obra de teatro para integrarme a toda costa, sin conocer verdaderamente al actor que interpretaba todos esos roles. Me di cuenta de que mi motivación real a hacer todo aquello era el miedo inconsciente a no ser aceptado.

Tras haber comprendido profundamente que ese no era el camino a la felicidad ni al conocimiento de mí mismo, empecé a dedicar más tiempo a la reflexión acerca de todas esas cuestiones. Decidí pasar más momentos en soledad con la intención de conectar conmigo mismo. Al iniciar esta búsqueda, no tardó en llegar a mis manos el libro que cambió completamente el rumbo de mi vida: “El Poder del Ahora” de Eckhart Tolle. No pretendo proclamar que ese libro sea el indicado para todo el mundo, pero en mi caso fue el que me abrió la puerta a la meditación, el conocimiento de mí mismo y la realización interior que ha transformado mi vida.

El concepto de la meditación no es nuevo. Jon Kabat-Zinn, profesor emérito de medicina en la Massachusetts University Medical School, fue uno de los primeros occidentales que introdujo la meditación secular (es decir, separada de toda creencia o connotación religiosa) en el campo de la medicina a principios de la década de los 80. Inspirándose en las técnicas meditativas de un tipo de tradición budista, Kabat-Zinn creó el concepto occidental de Mindfulness o Atención Plena y comenzó a crear programas de meditación para sus pacientes. El éxito rotundo de este tipo de terapia natural ha facilitado que, a día de hoy, cada vez haya más estudios científicos occidentales entorno a la meditación y a sus múltiples beneficios.

Para mí, la meditación fue algo más que una simple terapia. No solo me permitió mejorar mi concentración y equilibrio interno (hecho que me facilitó el estudiar una carrera universitaria y graduarme con buenos resultados sin necesidad de tomar Concerta), sino que además me condujo a un conocimiento más profundo de mí mismo, de la manera en la que percibo la realidad y de la forma en la que interacciono con ella. Me mostró el fardo de condicionamiento social que acarreaba desde hacía años y me permitió comenzar a soltarlo poco a poco. Me hizo descubrir que la felicidad está en uno mismo y que no vemos el mundo como es, sino como somos.

Tengo claro que este artículo no puede hacerle justicia al verdadero cambio que se produjo en mi vida, pero al menos me ha permitido compartir brevemente mi historia y, tal vez, aportarle un ápice de curiosidad a algún adolescente que, como yo, se ha sentido perdido en un mundo cada vez más ruidoso y ajetreado.

Para concluir, me gustaría compartir con el lector una hermosa fábula oriental que resume de forma magistral la esencia de este hermoso arte llamado meditación:

— Maestro, ¿qué es la Verdad?

— La vida de cada día.

— En la vida de cada día sólo aprecio las cosas corrientes y vulgares de cada día y no veo la Verdad por ningún lado.

— Ahí está la diferencia, en que unos la ven y otros no.

 

 
 

¡No quiero estudiar más, así no!


¡No quiero estudiar más, así no!

por Pablo Alía
14 años, futuro editor 3D

 

Mi padre es un cachondo…

Cuenta que fue de los típicos niños que en la escuela era algo “despistadillo” y que siempre estaba pensando en sus cosas […sobre todo cuando hablaba el profe… tenía la increíble capacidad de desconectar cuando éste empezaba y volver en sí cuando terminaba la explicación… por supuesto… nunca se enteraba de nada].

Y mi madre, una zurda contrariada y con dislexia a la que ataban la mano izquierda para que escribiese con la “buena”.

Mi padre es un cachondo, dice que nosotros hemos heredado lo mejor de cada uno…

Le ha pedido a mi madre que siempre lleve consigo las llaves de casa porque dice que cuando se le junte el TDA con el ALZEHIMER no se va a acordar de ella… y quizá algún día no le abra la puerta.

Hola mi nombre es Pablo…y sí, tengo TDA, así que si mi cabeza me lo permite y logro concentrarme lo suficiente os contaré la desdichada y feliz a ratos historia de mi vida.

Lo más grande que tengo es mi familia, por eso digo “a ratos feliz” porque es cuando estoy con ellos cuando las cosas funcionan y la vida no me pasa por encima… – pizza, palomitas y peli los viernes es todo un planazo, no lo cambiaría por nada.

También soy extremadamente feliz cuando hago lo que realmente me gusta, lo que aunque me supone un reto me enseña algo cada día y no me cuesta dedicarle tiempo, todo lo contrario me motiva de tal manera que me paso las horas investigando y probando nuevas posibilidades, acertando y las más veces fallando pero al fin y al cabo aprendiendo.

Por supuesto que quiero estudiar y aprender… pero así no, no dentro de este sistema educativo diseñado para unos pocos. Como ya podréis adivinar yo no estoy en ese grupo de elegidos, gente que con poco esfuerzo saca siempre los mejores resultados, compañeros a los que no les cuesta seguir el ritmo de la clase porque lo cogen todo al vuelo, y encima parece que disfrutan yendo al colegio.

No, no estoy entre ellos, y el problema es que este maldito sistema educativo, para más señas obligatorio, me exige ser uno de ellos, pero mi cabeza no me lo permite, yo ya quisiera poder seguir su ritmo, enterarme como ellos, atender y entender como ellos, sacar los estudios como ellos… pero no, no puedo, por lo que sea… no puedo.

El que ahora pueda estar hablando de esto con esta naturalidad que podéis apreciar en mis palabras no ha sido nada sencillo, todo lo contrario, ha sido un camino muy duro y con muchísimo sufrimiento, demasiado diría yo. No solo para mí, sino también para mis padres, bueno supongo que para toda la familia.

La odisea de mi vida comienza en sexto de primaria aunque ahora soy consciente de que siempre me ha acompañado a lo largo de estos años.

Después de momentos de ausencia repartidos a lo largo del día y de las horas de clase, después de infinitas pruebas en el departamento de orientación y otras tantas médicas después de los suspensos, las broncas en casa y los malos ratos que paso y hago pasar gracias a mis malos resultados académicos resulta que… en mi cabeza hay algo que hace que no conecte como el resto de mis compañeros.

Así que si a alguno de los que estáis leyendo esto os suenan palabras como CONCERTA o EQUASYM y tantas otras como dicen que hay entonces supongo que sabréis de qué estoy hablando.

Pablo, esta pastillita va a permitir que te concentres durante algunas horas para que puedas seguir el ritmo de las clases y puedas ir sacando tus estudios, quizá sientas alguno de estos efectos secundarios que ahora paso a enumerarte y tú tendrás que ir viendo para que podamos ajustar la dosis,…- me dijo la neuropediatra.

Algún efecto secundario… ¡ya!, si hubiera sido alguno…

Varias horas al día con dolor abdominal insufrible durante al menos una semana, intolerancia a la luz, pérdida de apetito que casi me lleva a ingresar en el hospital, apatía, insomnio, tics insoportables en los ojos y las manos y lo peor de todo, lo deprimido que me sentía.

Así pasaban los días, meses… vale papá ya me tenéis concentrado en las clases, pero ahora siento como si me hubiese ido del mundo, no estoy y no soy yo en ningún momento, solo cuando se me pasan los efectos de la pastilla, cosa horrible porque además es de efecto rebote, me encuentro peor que al principio y encima me da por llorar, genial ya lo habéis conseguido… vamos aprobando.

Os podréis imaginar que un chico de mi edad, (14 años entonces), con 35 kg de peso, llorando todas las noches y con un estado anímico al borde de la depresión no puede aguantar ese ritmo.

Y todo esto por los malditos estudios. Claro que no, así no.

Gracias a Dios ahora la dosis está más ajustada a mi peso, que dicho sea de paso está aumentando y ha conseguido que mi madre me diga estos días que no me pase con la comida.

En los estudios me va bien, cuando estoy bajo los efectos de la pastilla puedo llegar a ser el tercero mejor de la clase y cuando se pasa mi vida me recuerda cómo ha sido siempre… un continuo despiste.

Quiero terminar bachillerato para poder reengancharme en lo que verdaderamente me gusta, lo que desde siempre me ha hecho vibrar. Quiero ser animador 3D y quiero dedicarme a la edición de audio y vídeo, hacer pelis, inventar videojuegos, no se, aprender realmente lo que quiero, solo lo que quiero y sin que me resulte una esclavitud.

Mis padres dicen que los chicos TDA y TDAH son, somos muy especiales, porque cuando encontramos realmente nuestro sitio somos capaces de sacarnos el 400% más que esos los elegidos de nuestro sistema educativo, además dice que somos personas con un don especial para los demás, que somos cercanos a

todos y que empatizamos como pocos lo hacen, no debe faltarle razón, a mí mis compañeros me han elegido como mediador de conflictos en mi cole, y aunque a veces demostramos estar a años luz de nuestros amigos por nuestro curioso proceso madurativo de al menos en mi caso dos años de retraso con respecto al mundo, somos gente muy sensible y despierta en lo que verdaderamente vale la pena…las personas. Solo tenemos que encontrar nuestro sitio y desarrollar todo ese potencial que llevamos dentro, a veces tan escondido.

Así que ahora tengo que plantearme si todo esto merece la pena, si la pastilla merece la pena para superar este horrible sistema educativo, si la pastilla me merece la pena para conseguir pasar la educación secundaria obligatoria y luego poder dedicarme a la Edición de vídeo y a la Animación 3D. Mis padres y el médico me dicen que esto es un trámite que tengo que pasar, que en cuanto pase la ESO me podré dedicar a estudiar un módulo, y dedicarme a lo que realmente me gusta. Porque de ese modo, al estudiar lo que verdaderamente te gusta, es cuando aprendes de verdad.

Yo quiero dejar la pastilla, incluso algún día la he perdido aposta pero entiendo que por ahora la necesito hasta que aprenda las estrategias necesarias para poder solventarme la vida y evitar esos lapsus que nuestro hándicap lleva de la mano, además no sería justo ni para mí ni para mis padres, prefiero seguir por ahora con ella y poder mantener el ritmo de las clases y de mis compañeros a los que adoro… bueno y últimamente también el de mis compañeras.

Vale que el TDA/H es una barrera, pero a mí me han enseñado a saltar, a agacharme, a luchar y sobre todo…

…a sonreír.

 

 

 

 

Carta de un hijo a su padre


Carta de un hijo a su padre

por Negrito Tony
20 años

 

Querido papá, ¿por donde comenzar? Hay tantas cosas, tantos momentos, tantas alegrías compartidas. Creo que una buena manera de darle inicio a esta carta seria agradeciéndote por haberme dado la vida, a pesar de las peleas, los obstáculos, las cosas difíciles, vos siempre estuviste ahí para poner el pecho a cualquier tipo de problema. Me enseñaste a ser feliz con lo que uno tiene y me diste las herramientas para poder salir adelante, y son las dos cosas más importantes que una persona necesita para afrontar la vida! Te agradezco por todo lo anterior y te agradezco por esos lunes de fútbol, por esas tardes en la caldera, por los domingo de River, por la pasión y el amor a los animales y el campo, algo que marcó mi vida desde chico de tal manera que hoy en día es lo que estoy estudiando, y el día de mañana va a ser de lo que voy a tener el placer de trabajar.

Sé que muchas veces la relación entre nosotros no fue lo mejor, tuvimos choques, peleas, enojos, etc., etc. Pero también sé que en ninguno de esos momentos dejé de amarte y sé que el día que necesito apoyo puedo levantar el teléfono y tener un hombro donde poder apoyarme y levantarme de cualquier situación difícil o conflicto!

Sos una gran persona, se me vienen a la cabeza tantas cosas al escribir esta carta, que no me darían las hojas de un libro para llegar a anotar todo!

La verdad que se hace difícil pensar en una vida sin un padre, también sin una madre, pero en este caso la carta es para vos PAPÁ. “Papa” una de las palabras que un niño dice primero, si es que no es la primera, desde tan chiquitos ya sabemos que lo primero que hay en la vida es ese ser que da el ejemplo, nos formamos viendo esa imagen grandiosa, “mi papá es el mejor”, “mi papá lo puede todo”, “papá ayúdame”, “papá llévame”, “papá tengo miedo”, “papá esto”, “papá lo otro”, “papá”, “papá” y “papá”… ¿qué sería de todas esas frases sin tener la palabra papá adelante? ¿Qué sería de nosotros, tus hijos, sin alguien a quien poder pedirle todo eso? La vida no tendría sentido, no sabríamos por qué camino ir, para dónde ir, que hacer, de que cuidarnos, y todas esas cosas en las que un padre como vos ayuda a un hijo como yo …

Me gustaría llegar a algún día ser como vos, es un gran sueño llegar a tener la vida de un ídolo. Y el gran ídolo de la vida sos vos, sos el messi del equipo. Una vez más te agradezco por todo, no hay palabras suficientes para explicar el aprecio que te tengo, ojalá estés siempre para mí, sería el regalo más grande que la vida me puede dar.

Busque una frase en internet para vos papá, y encontré esta:

“¡Cuán grande riqueza es, aun entre los pobres, el ser hijo de buen padre!” – Juan Luis Vives.

Soy feliz y estoy agradecido de ser lo que hoy en día soy, y eso te lo debo a vos paa!

 

Esta carta la leyó el hijo a su padre en la consulta del Dr. Eduardo Panza (Salta la Linda-Argentina), y fue una experiencia extraordinaria para los tres, el hijo, el papá y el médico!!!

 

 

 

 

Bienvenida al novato: violencia psicológica


Bienvenida al novato: Una historia de violencia psicológica

por José Peña Porto
Adolescente, 12 años

 

Os voy a contar la historia de un niño que sus “amigos” le trataban de forma despectiva.

Un niño llamado José entró nuevo en un colegio, solo conocía a un niño que se llamaba Carlos, esos dos niños se hicieron muy buenos amigos. Pero después había otra pandilla de niños que se creían los mejores.

Esa pandilla (Pablo, Juan, Luis y Alejandro) se metía con los aspectos físicos de José con los insultos de pinocho, manco, josefa y josepa. Y otros tipos de insultos como gilipoyas, cabrón, capullo…

Pero como Carlos era muy amigo de José le defendía como haría un verdadero amigo.

A partir de ahí él salía cabreado y lo pagaba con su familia (padres y hermanos), y la madre se dio cuenta y fue a hablar con él en la habitación, él no paraba de llorar diciendo que él era una mierda…

Ese tema se fue alargando ya que José no quería que sus padres hablasen con la tutora. Hasta que no aguanto más y se lo dijo a la tutora y gracias a la comunicación de la madre, tutora y pedagoga del colegio consiguieron que parasen durante un tiempo, pero volvieron a las andadas al mes siguiente y volvieron a actuar como antes.

Sus padres fueron otra vez a hablar con la tutora, y ésta reunió a los niños y hablo seriamente con ellos: que si seguían teniendo esa actitud los enviaría a la dirección del colegio.

José empezó a recibir ayuda del grupo de pedagogía del colegio, una psicóloga y por supuesto ayuda de sus padres y familiares.

Y por ultimo os quiero decir que los nombres son ficticios salvo José que soy yo en la realidad. Y esta historia me ha pasado a mí realmente y gracias a la tutora, a mis padres ya nos llevamos bien y me respetan.

 

 

 

 

La adolescencia


La adolescencia

 

La adolescencia, ese periodo de tiempo donde todo y nada es posible, donde los días son sombras o luces y nunca existe el punto medio, pero sobre todo, de magia. Es ese tiempo durante el cual el mundo nos queda pequeño, y cuídense de aprovecharlo jóvenes venideros, porque pronto descubrirán que el mundo es mucho más amplio, mucho más complejo, indiferente, inmutable y cruel de lo que nunca se podría imaginar. Por suerte durante unos años eso no nos importa, a veces fingimos que sí, pero no, para nada.

Se suele decir: “Si la juventud supiera y la vejez pudiera…” Y esto en muchas ocasiones es cierto, pero sin embargo, yo, como ya es habitual, no estoy de acuerdo, ya que en mi opinión, no hay nada más sabio que la juventud, nada más inteligente que el vivir sin saber, no hay nada más importante que el que te digan: Si tú supieras. Pero cuidado, ahora viene lo importante, pues no hay nada tan necesario para ser realmente feliz como el saber aprovecharse de ese desconocimiento, y para ello, debemos saber que existe un hoy, pero también un mañana, que la vida son fases y que todas pasarán, que los terribles problemas que parecen presentársenos no son más que piedras que podremos saltar o rodear, y que antes o después habremos de crecer, sabiendo eso podemos vivir sin reparos, libres sin odio, riendo sin destruir.

Por otro lado están los que creen que el hoy será eterno, o los que creen que pueden hacer que lo sea abandonándose al abandono de no mirar la vida de frente, y lo más terrible de esto es que durante un buen tiempo, su sueño parece cumplirse, pero cuando se desvanece ya no queda nada, y en ocasiones ya es demasiado tarde para cambiar. El miedo no existe, es nuestro y nosotros lo moldeamos en función de nuestras debilidades, pero no debemos querer esconderlas todas, sino dejarlas volar y afrontarlas, vivir nuestra vida y no la de otros.

Estas son reflexiones a las que llego un punto después de la adolescencia, tras ese instante en el que todo cambia, pero el pasado es tan nuestro como el mañana y aunque no lo creamos, en ocasiones también podemos cambiarlo, el nuestro y el de otras personas. Por todo esto escribo esta carta, tanto para mí, como para todos aquellos que la lean, viváis en la época que viváis, os la dedico.

Carta a mi adolescencia

Mí tímido y escondido amigo. Te escribo para darte una buena noticia, no te estás equivocando, tu timidez no acabará contigo, ni con nadie, ni mucho menos con tu felicidad. Te dará perspectiva, te dará la capacidad que muy pocos tienen, la de observar y reflexionar, y poco a poco te darás cuenta de lo poco importante que es realmente basarte en lo que los demás piensen a la hora de actuar. Poco a poco sabrás lo que está bien, lo que está mal, lo que te gusta y lo que no y lo que puedes ser capaz de hacer si te lo propones. El mundo es de las personas que no tienen miedo, pero que piensan antes de actuar, y en ocasiones, se dejan llevar, y no al contrario. Por eso no te arrepientas de tu timidez, cuídala como una herramienta, úsala para ganar tiempo y reflexionar, pero atrévete a cambiar, se valiente y actúa cuando creas que debes, y sobre todo cuando sepas que quieres, deja que la vida te envuelva y no pienses en ser mayor, porque los mayores piensan en ser jóvenes, y la vida no se da la vuelta por nadie.

No te agobies por el futuro, intentarán que lo hagas pero no, ahora solo debes descubrir qué es aquello que te llama, con lo que te sientes a gusto y hace que te levantes con ganas por la mañana, y para ello debes experimentar. Como los bebés, debes tocar, manipular, probar y desdoblar, prueba cosas diferentes aunque creas que nunca acabarán gustándote y no te arrepentirás.

Descubre quiénes son tus amigos, los de verdad, los que estarán contigo cuando nadie quiera pero tú lo necesites, y cuando los tengas, no los sueltes por nada del mundo; ni una rabieta, ni dos, ni una palabra ni un día entero de discusión, nada debe ser más fuerte que vosotros porque una vez más, no te arrepentirás.

Mantén una buena relación con tu familia, porque ellos no harán que sea mala, no lo será si tú no lo provocas. Muéstrales cariño, aunque sea solo un poco, sigue sus consejos, aunque sea solo a veces, y miénteles por una locura, aunque sea solo en una ocasión, que la vida es corta y el final llega para todos.

Pero si solo pudiera decirte una cosa, sería que no te preocupes por mí, que llegaré antes o después y la vida seguirá siendo la misma, y solo espero que aproveches esos años que te quedan hasta mí. Vive como si no hubiera mañana, pero sabiendo que existe un mañana.

Para mi muy querido Luis Juan Salamanca. Con cariño, Luis Juan Salamanca.