La confianza


Confianza

J.L. Iglesias Diz
Pediatra. Acreditado en Medicina de la Adolescencia. Santiago de Compostela.

 

“No hay medicina sin confidencia,
no hay confidencia sin confianza,
no hay confianza sin secreto”.

 
 

Hay actos que, por pequeños, pasan desapercibidos en la mayoría de los casos, pero algunos, aun en su simplicidad aparente, tienen una carga emocional intensa, esa que hace vibrar alguna cuerda dormida y hace sonar toda la orquesta de nuestra sensibilidad emocional.

Hace muchos años cuando era residente de Pediatría, tuve que atender a un paciente de unos 12 años con dolor abdominal que venía acompañado por su abuelo; después de unas primeras preguntas sobre los síntomas, pasé a explorar al niño. El diagnóstico de sospecha estaba bastante claro; al palpar su fosa ilíaca derecha el niño se contrajo en un gesto de dolor; los síntomas también apoyaban el diagnóstico. Le dije al abuelo que tenía que hablar con el cirujano y que probablemente habría que operarlo. Confirmada la decisión quirúrgica me senté con él para completar la historia clínica. El chico vivía con el abuelo, los padres estaban emigrados. El hombre escuchaba lo que yo le decía manteniendo una actitud atenta y tranquila. Iba sobriamente vestido, una chaqueta gris oscuro, una camisa blanca sin corbata y abotonada hasta el cuello, su porte era elegante; debía de tener alrededor de los 65 años. Le expliqué que la operación tenía riesgos, pero que lo normal era que no hubiese complicaciones. Le pedí que firmase el permiso para hacer la cirugía; “es necesario que Ud. firme para que se pueda realizar la operación”, le dije; firmó y después extendió una mano enorme, encallecida y bronceada hacia mí, yo extendí la mía, blanca, pequeña y suave hacia la suya. Su voz serena dijo en gallego “ustedes son os que saben que facer, confío en ustedes” mientras apretaba con firmeza mi mano. Inesperadamente, una marea de emoción fluyó desde el estómago hacia mi garganta, luego hacia mis ojos y tuve que pugnar porque las lágrimas no inundasen mis ojos.

Supe entonces algo más sobre los seres humanos, supe entonces lo que hace que los hombres y mujeres tengan esperanza: la confianza. Nadie puede vivir sin ella, nadie puede pensar en la felicidad si no cree en los demás, si no sigue confiando a pesar de los tropiezos y las traiciones inevitables. Aquel hombre creía en nosotros, creía en mí, un joven médico de 25 años que decidía que había que operar a su nieto. Fue la fortaleza del alma de aquel abuelo, responsable del chico en ausencia de sus padres, seguramente con una dura vida a sus espaldas, lo que me trasmitió esa fuerte convicción con su apretón de manos encallecidas y sus escuetas palabras. Y ese descubrimiento me emocionó.

26 Julio de 2021